Más fácil cuadrar una docena de micos* para una foto

*micos = monos

Las piernas cruzadas en posición de loto, la espalda recta, los ojos cerrados, el gesto apacible, el cuerpo inamovible. No tengo ni idea cómo me veré cuando medito pero, si pudieran verme por dentro, se encontrarían con los cien micos que habitan mi cabeza, colgando de las ramas de mis pensamientos, gritando y chillando sin parar. Nada menos apacible. Nada menos idílico.

No soy una experta. Pero medito todos los días. Recuerdo muy bien por qué comencé: mi cabeza hablaba sin parar y yo quería una manera de apagarla. Necesitaba encontrar el interruptor de mis pensamientos. La buena noticia: aprendí a meditar. La mala: no hay interruptor para los pensamientos. Pero no lo dudo un segundo: meditar ha sido la mejor inversión (de tiempo, porque no me costó nada, económicamente hablando) que he hecho en mi vida.

Escucho a mucha gente decir lo mismo: les encantaría meditar pero no saben cómo o se creen incapaces de hacerlo. Pero realmente creo que todos pueden meditar. Repito: todos. Solo hay que dejar un par de ideas preconcebidas a un lado. Así que comparto lo que he aprendido en mis dos años de practicar "cómo sentarme con cien micos en mi cabeza".

1) ¿Para qué meditar?
Somos como una radio: todo el día sintonizamos emisoras ajenas. Recibimos millones de estímulos. Y a veces, resulta difícil escucharte, sintonizar la emisora interna. Meditar te permite aprender a prestarle atención a tu voz interior. No importa si lo llamas intuición, inconsciente o tripas. El asunto es que te conectas con eso. Advertencia: las emisoras externas no desaparecen, pero le subes el volumen a lo que transmites desde adentro y poco a poco, vas eliminando ruidos. Más advertencias: no te hace mejor persona, no empiezas a parecer un monje -levitando sobre la vida-, no te dejas de preocupar por los asuntos preocupantes, no dejas de ser quien eres. Solo empiezas a ser más tú, sin tanta interferencia externa.

Es como que, en vez de pelear con los cien micos, empiezas a ponerles nombres y a descubrir que cada uno tiene lo suyo. Son hasta simpáticos. Dejas de pedirles que se sienten para la foto. Más bien aprendes a tomarles la foto en movimiento.

2) ¿Me tengo que quedar sentado para meditar?
Sentarse es una forma, pero no todas las formas son buenas para todos. Hay personas que meditan mientras tejen, otras caminan, otras hacen de la cocina su propia meditación. Pero sentarse es una buena manera de ir disciplinando la mente, a través del cuerpo. Yo -que no me puedo quedar quieta un segundo- elijo sentarme. Y cada sentada es un reto. Nada más poner mis nalgas en el cojín y puedo sentir cómo mi cuerpo se rebela: me pica todo, me incomodan los pliegues de la ropa, se me duerme la pierna, me provoca pegar un salto. Pero me quedo ahí, por el tiempo que me he comprometido, y observo esa incomodidad como parte de la meditación.

3) ¿Dónde y cuándo meditar?
Lo ideal es encontrar un espacio tranquilo y un tiempo en el que nadie nos interrumpa. Pueden ser cinco minutos, puede ser una hora, no importa. Cinco minutos siempre será mejor que nada. A veces es bueno tener un horario fijo. Dependerá de cada uno. Pero si no logras cumplir un horario fijo, medita cuando te acuerdes, cuando puedas. En algún momento es mejor que nunca.

¿No hay un espacio tranquilo en tu casa? Siéntate a meditar igual. No juzques el espacio, no juzgues el ruido. Mejor aún, presta mucha atención al ruido, no lo evites. Yo he meditado mientras mis vecinos oyen reggaeton: llega un momento en que de la incomodidad, paso a la risa. Ahí sé que la cosa va por buen camino. ¿Nunca estás en la casa? Haz tres respiraciones profundas y conscientes en el colectivo o mientras esperas que cambie el semáforo o cuando esperas en la fila del banco. Todo suma.

4) ¿Cómo meditar?
Hay tantas técnicas de meditación como personas. Te puedes sentar y concentrarte en tu respiración. Puedes escuchar una meditación guiada en youtube. No importa. El secreto es poder hacer una pausa. Resulta increíble, si te fijas bien, que casi nunca nos tomamos una pausa verdadera.

Concentrarte en la respiración es un camino simple: tu respiración siempre estará ahí, disponible. No depende del wifi. Para hacerlo, solo elige un lugar (tus fosas nasales, tu abdomen) y obsérvala mientras pasa: no intentes relajarla, solo mira cómo es. Fuerte, débil, calmada, ansiosa, no importa. Observa la entrada de aire, observa la salida, presta atención a tu respiración como si tu vida dependiera de ello (es así).

Meditar no es intentar poner la mente en blanco. Si estás vivo, tu mente no va a estar en blanco: vendrán pensamientos, ideas, recuerdos, planes. El truco está en que cuando notas que tu cabeza se fue con algún pensamiento, simplemente regresa tu atención a la respiración. Lo vas a tener que hacer una y mil veces. Por suerte la respiración sigue ahí, así que vuelves a ella. No te enojes, no te frustres. Pero, si te enojas o si te frustras, no te enojes porque te enojas, no te frustes por estar frustrado. No estás haciéndolo mal. Estás aprendiendo.

5) ¿Qué esperar?
Nada. Ni grandes iluminaciones, ni luces brillantes. No busques una experiencia en particular. No intentes callar los pensamientos. En mi experiencia, no hay forma de meditar mejor, ni peor. Solo meditas, estás ahí. No midas los pasos que vas dando, no compares esta meditación con otras. Cada una es una experiencia única. Cada una es diferente. Si un día logras estar concentradísimo y al día siguiente eres un nudo de pensamientos y preocupaciones, está bien. Hay que aprender a tenerse paciencia.

6) Hay que tomárselo en serio...pero no tanto.
Si decides meditar, hazlo. Comprométete. Si son cinco minutos, lo haces los cinco minutos, contra viento y marea. TODO va a conspirar en tu contra: el vecino, el teléfono, el tiempo (uno nunca tiene tiempo para hacerlo), la vida. No importa, sigue igual. Haz tu parte. Y si fallas, si pasa una semana sin que medites, un mes...vuelves a empezar. Sin darte palo mental. Solo te comprometes de nuevo.

Pero también es importante ponerle un límite a la seriedad. En mi experiencia, el límite está en la compasión. Así lo aprendí: en un retiro estábamos practicando algo llamado "noble determinación". La idea era que, durante una hora, no debíamos movernos. Y a mi, nada más sentarme, se me durmió la pierna. Empezó como un cosquilleo pero, unos minutos después, era un dolor punzante. Yo estaba decidida a no moverme, pero el dolor crecía y me atenazaba. Sufría. Las lágrimas corrían por mi mejilla. "No me voy a mover, no me voy a mover" -me repetía. Pero de pronto se me ocurrió: nada ni nadie evitaba que yo me moviera y me estaba sometiendo a un dolor innecesario. Estaba siendo "demasiado seria" y poco compasiva con mi cuerpo. Moví la pierna. Sonreí. Entendí que a veces, muchas veces, mi seriedad debía tener un límite.


Meditar es refinar el arte de "no hacer nada" mientras observas con toda la atención posible. En este mundo en donde cada segundo es una competencia por hacer más y en donde tenemos la atención dispersa entre diez ventanas del navegador, el whatsapp y la conversación que sucede al frente, meditar es un acto contracorriente. Y aunque la idea no es sentarse a lograr nada, lo cierto es que la meditación sí cambió mi vida: nunca más volví a sufrir de gastritis, desaparecieron mis migrañas (supongo que todo esto debido a que mis niveles de ansiedad fueron reduciéndose poco a poco), aumentó mi nivel de concentración (escribí este texto sin mirar ni una sola vez el whatsapp o la ventana del facebook, ¡yujuu!). Sigo siendo acelerada y mi cabeza no para. Pero cuando me siento a verla girar, me doy cuenta que es hermoso estar aquí y ahora, viva.













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