Para Michelle

"Take a sad song and make it better"

Michelle.

Me gusta mucho caminar por la calle. Y me encanta hacerlo con el celular metido en la mochila, ajena a las notificaciones del facebook, a los mensajitos de whatsapp que se acumulan, lejos de las tierras virtuales que quieren comerme. Suelo ser muy distraída. Pero cuando camino por la calle, a veces, logro también apagar los pensamientos y mirar el mundo. En esos momentos, solo hace falta algo de suerte para descubrir a alguna persona que saluda a un perrito desconocido que le mueve la cola, o a alguien más que cede apurado su silla en el subte a un anciano. Esos pequeños gestos, casi invisibles, son como mensajes que recibo con alegría. Si los medios me bombardean con grandes y malas noticias, mis paseos me regalan pequeñas píldoras de bondad y generosidad, conversaciones reales, besos pasionales, sonrisas sinceras.

Hoy, sin proponérmelo, me llegó uno de esos mensajes. Y fuiste tú la mensajera, una mensajera negra de Costa de Marfil. Nos vimos en una fila. Estabas parada delante mío y se ve que querías hablar porque me mirabas y hacías comentarios casuales. "Que rápido avanza"- dijiste la primera vez y yo, que andaba sumergida en las profundidades del mar facebook, te miré y sonreí. Pura diplomacia barata. Pero tú no te desanimaste ante mi indiferencia mal disimulada y, vaya yo a saber cómo, terminamos caminando juntas hacia el subte. Eran seis cuadras y ya, a esta altura, me dabas curiosidad. Tu piel -negra muy negra-, tus rastas, tu culo envidiable y ese acento de muchas consonantes nasales, no es moneda corriente en esta zona del continente. Tu nombre me recordó una canción de los Beatles que te pronuncié en mi inexistente francés:
"Michelle, ma belle
sont les mots qui vont très bien ensemble
tres bien ensemble..."

Tú sonreíste y luego, sin ningún problema, respondiste a todas mis preguntas. Así supe que tienes 40 años, dos hijos -dos pequeños superhéroes, cuyas sonrisas pude adivinar en la pantalla partida de tu celular- y un padre inexistente, del que -por alguna razón- tuviste que alejarte. Con tu pasaporte francés, llegaste a la Argentina hace poco más de un año, soñando que este país podría brindarte algo que nunca pudiste encontrar en Francia. Viniste a empezar de cero. Tú y tus dos hijos.

Y mientras bajábamos las escaleras del subte, pude ver el tamaño de tu coraje, que se traslucía en esa sonrisa espléndida que, estoy casi segura, nunca va a desaparecer. Y me ví a mi, quejosa como me gusta ser. Y entendí el mensaje que me entregabas.

Todo el camino de vuelta pensé en ti, Michelle, ma belle.

No sé si yo pueda hacer algo por ti, pero tú ya hiciste un montón por mí.


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