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Mostrando entradas de noviembre, 2015

Black friday

Es como para no creerlo si te lo cuentan. A puño limpio por unas zapatillas deportivas, a los golpes y empujones para llegar primero a una góndola y, la cereza del postre, una mujer arrebatando de las manos de un niño una caja con un electrodoméstico. Todas son imágenes del famoso "black friday" norteamericano, día en que la gente se vuela los dientes y enloquece por llegar primero para aprovechar las súper ofertas que, amablemente, los comercios ponen a su disposición. Estamos todos locos, nos hemos convertido en aves de rapiña y ni siquiera luchamos por comida para sobrevivir. Peleamos por un iphone para estar más conectados, aunque para tenerlo debamos romper algunas conexiones cercanas, algunas narices. Este mundo al revés, nos ha convencido de que sólo seremos felices cuando lo tengamos todo, pero sólo satisfacemos un ansía para descubrir una nueva, más grande. Inicialmente, los videos del "black friday" me causaron gracia. Luego, sentí tristeza pensando que e

¿Qué hago con tanta indignación?

Les juro que odio quejarme y van mis disculpas por adelantado. Pero hoy no da para más. Será porque ganó Macri o por los atentados de París o porque La Nación clama para que se detenga "la venganza" o porque Clarín decidió referirse a la nueva primera dama como una mujer "educada para sonreír", el asunto es que hoy amanecí un poquito más asqueada de lo normal. Por ahí leí en facebook que el mundo es un lugar de mierda lleno de cosas maravillosas. Qué difícil que es ver las maravillas a veces. Tal vez no tiene mucho sentido escribir en este mundo al revés, capaz de vivir en espiral, recibiendo ecos de guerras "santas", pasados trágicos y viejas creencias. ¿Estamos condenados a repetir nuestra historia, como en un juego infinito de espejos? Ganó Macri. Mi hermana me escribe por whatsapp desde Colombia: "ahora se va a gomelizar todo". "Gomelo" en mi país se refiere a la persona "high class", proveniente de cuna de oro (o al me

Mi papá y su primer vuelo en parapente

Ayer, con una maravillosa sonrisa en su cara, mi papá -que este año cumplirá 61 años- me contó cómo había sido su primer vuelo en parapente. Sé que era algo que deseaba hacer desde hace mucho tiempo. Hoy recibo por whatsapp el video y comparto, virtualmente, todo lo que imagino pudo haber sentido ese día: los retorcijones de miedo en el estómago, la sensación de vacío, el mareo cuando se gira tomando una corriente ascendente, el éxtasis cuando finalmente se descubre suspendido en el aire cumpliendo su sueño, la felicidad de saber que saltaste por un precipicio, venciendo todos los miedos que te impone el instinto, para probarte que se puede ir un poco más allá de nuestros propios límites. Somos una especie extraña, capaz de tantas atrocidades, de tanta maldad y, al mismo tiempo, llenos de una fuerza creadora maravillosa. Queremos dominar y por momentos lo hacemos, nos elevamos por encima de las nubes, llegamos a las estrellas, exploramos la profundidad de los mares. Pero también destr

El viaje a Ítaca

Hace un par de semanas una amiga me recomendó un documental titulado "Maidentrip". La película retrataba la odisea (nunca mejor usada esta palabra) de una niña de 14 años holandesa -Laura Dekker- quien decide dar la vuelta al mundo, sola, en una pequeña embarcación. Me senté a verla con una mezcla de sorpresa e incredulidad (¿no parecía acaso irresponsable que a una niña de 14 años le permitieran emprender tal travesía en solitario?), pero todo esto se fue transformando en la más profunda admiración. Admiración por su enorme valentía, por la firmeza de su determinación y por la fuerza que paso a paso fue sumando en su camino. Confieso que envidié a Laura y su maravillosa odisea. Voy notando que la envidia es una de las pasiones favoritas de mi cabeza. Pero le encuentro su lado positivo: la envidia me señala el camino de mi propio deseo. Si bien no es mi intención comprar un barco y circunnavegar el globo, yo también necesitaba tener mi propio viaje, mi pequeña odisea. Y la tu

Como sobreviví lejos del mundanal ruido

Me fui diez días a un retiro de meditación. Sin celular, sin acceso a internet, sin contacto con el mundo exterior y asumiendo un voto de silencio que incluía el cortar cualquier comunicación con quienes me rodeaban y me refiero a cualquiera: miradas, gestos, sonrisas. Lo hice por dos razones: quería aprender una técnica particular de meditación, y así es como la enseñan, y quería tener tiempo para mí, sólo para mí. Quisiera empezar por el final. Antes de contarles algunas de las cosas que viví, les cuento una de las conclusiones a las que llegué tras esos días: todos deberíamos poder tener tiempo para nosotros, sólo para nosotros. No me refiero a que todos deban tomar un curso así y hacer un retiro, pero encontrarse con uno mismo, debería ser un derecho fundamental. Mejor aún, un regalo que nos permitiéramos más seguido. Con toda nuestra energía volcada hacia el exterior, bombardeados por millones de mensajes, charlas, encuentros, vivencias, es fácil perderse de lo que pasa en nuest