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Mostrando entradas de abril, 2017

Romeo debe morir (y Julieta también, por favor)

"And I'm thinking 'bout how people fall in love in mysterious ways Maybe just the touch of a hand" (Ed Sheeran - Thinking Out Loud) Me encanta contar esta historia: yo tenía 15 años y amaba a Menudo (sé lo que esta confesión le hace a mi imagen... es parte de mi pasado oscuro). Una tarde, el papá de una amiga nos llevó a las instalaciones del canal de televisión local, en donde iban a estar los susodichos. En el patio del edificio bullían las hormonas y la histeria adolescente. Todas gritábamos (sin saber muy bien por qué). De repente, en el tercer piso, se abrió una ventana y un brazo salió a saludar. Casi me desmayo, no miento. En ese brazo se reflejaba toda la pasión de la que era capaz mi cerebro adolescente. Unos años después, le conté la historia al Negro (con quien estoy casada hace siete años) y él, entre risas, me reveló que era él quien agitaba su brazo desde el tercer piso. Él era camarógrafo en ese canal de televisión. Ver tantas adolescentes enlo

Complot

Te despiden del trabajo, se rompen tus zapatos favoritos, el celular escapa de tu bolsillo al sanitario y se riega el azúcar en el piso de la cocina. Todo en la misma semana. Incluso es posible que pase todo en un solo día. La vida tiene esos momentos, esos "chistes cósmicos". Alineación de planetas en tu contra. Las desgracias vienen en racimos, dicen. Y uno no sabe bien qué pensar, cómo entender tanta molestia del destino para sincronizar malos momentos. "Ya va a pasar", le dices a tu amiga que camina con su propia nube negra. Aunque no es fácil decirle lo mismo a tu cabeza preocupada. Pero es cierto, ya va a pasar, como todo. Al parecer, las neurociencias han llegado a la conclusión, que nuestro cerebro esta evolutivamente desarrollado para apreciar y recordar, con mayor énfasis y detenimiento, las experiencias negativas. Es así como hemos sobrevivido como especie. Recordando que algo malo puede pasar cuando recorres el bosque. En todo caso, a tu tío se lo comi

El iracundo Gandhi y el mujeriego Martin Luther King

Hace tiempo, alguien que conozco empezó a meditar con un maestro, en algún templo zen de la ciudad. Al terminar su primera clase, se llevó una enorme sorpresa al cruzarse a su maestro fumando en el jardín. ¿Cómo era posible que su maestro zen fumara? ¿En qué clase de maestro lo convertía ese acto? -En un maestro humano-, respondí sin convencerlo. Quién sabe por cual extraño mecanismo de nuestro cerebro vivimos buscando referentes perfectos, midiéndonos con reglas en las que no vamos a encajar, para luego andar por ahí dándonos latigazos en la espalda por nuestra insuficiencia. El otro día leí que Gandhi tenía un malgenio insoportable, que salía a relucir constantemente con su mujer y que Marthin Luther King era un Don Juan empedernido. Pero a nosotros nos gusta mucho más la imagen de un guía hecho de pura paz y rezumando armonía por cada poro. Como si sobreponernos a nuestra propia humanidad, aunque sea por un instante, no fuera un acto de suficiente valentía. Obviamente, si esta