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Mostrando entradas de septiembre, 2015

El pasado de una asesina

Cristina Vázquez nació el 21 de junio de 1982, en Posadas, Misiones. Aurora, su madre, deseaba con ganas un varón, pero la llegada de una nena la alegró igual. Cristina creció feliz e inquieta. Le gustaba trepar a los árboles, jugar con autitos, correr por las calles del barrio El Palomar. Así la recuerda José, su padre. Así la ve aún cuando cierra los ojos por las noches. De esa niñez quedan algunos recuerdos en su casa: en el álbum familiar, la pequeña Cristina llora con un vestidito de flores rojas -frente a su pastel del primer cumpleaños-, asiste con el ceño fruncido al bautizo de su hermanita Alejandra o se para alegre junto a su maestra de escuela. Así son las fotos de la niñez de Cristina, con ese encanto común de los recuerdos familiares. Pasaron cuatro años desde la noche en que la policía entró al restaurante en el que trabajábamos, para llevarse a Cristina presa. Es en el año 2012 cuando me decido por fin a escribir en el buscador de google: "Cristina Vázquez asesin

El caso de mi amiga la asesina

Todo comenzó en noviembre del 2007. Hacía un par de semanas que vivía en Buenos Aires. Había conseguido trabajo en un restaurante. Era la primera vez que salía del país, la primera vez que vivía sola, a 7000 kilómetros de mi casa y la primera vez que trabajaba como camarera. Cristina empezó a trabajar el mismo día que yo y la solidaridad de recién llegadas nos unió. Poco a poco supe algunas cosas sobre ella: era de Posadas -al norte del país-, tenía una hermana menor, había perdido hace poco su DNI, tenía un novio que había dejado atrás -del que todavía tenía su guitarra y del que no quería hablar mucho-. Las primeras eternas horas laborales -llenando aceiteros, prendiendo velitas, doblando servilletas, fajinando copas- las pasábamos hablando. Cristina era mucho más hábil que yo -tanto como camarera como en sus relaciones sociales- por lo que pronto se hizo amiga de las otras camareras y de los chicos de la cocina. Pasamos juntas -trabajando- mis primeras fiestas lejos de casa, tomand

El amor en los tiempos del "no, no acepto".

Mi mejor amigo se casa mañana. Bueno, no. El diría que no, que no es un matrimonio. Es un simple tramite legal. Vas, firmas unos papeles, algo así como un contrato de servicio, y ya está. Fin del asunto. Ya lo dijo varias veces: que no hagamos ningún alboroto, que no es un matrimonio, que es un mero formalismo. Lo dice y lo repite sin parar. Lo entiendo. Yo estoy legalmente casada hace cinco años. Y cuando me iba a casar pensé lo mismo que piensa ahora él: no era un matrimonio, era un trámite cualquiera para acallar los deseos de mi mamá, para sacarme de encima la eterna pregunta: "si ustedes se quieren tanto, ¿por qué no se casan?". Así que fui el día establecido, me senté frente a la notaria y esperé el momento en que tuviera que estampar mi firma en el papel. Nada más. Lo que sucedió en ese momento no estaba en mis planes. Primero vino el discurso: la mujer nos hablaba sobre la familia, la responsabilidad de la pareja y todas esas cosas. Yo empecé a tragar con fuerza, ¿qu

Hoy no estoy, deje su mensaje.

Empiezo con una pequeña confidencia: hoy me levanté con un molesto dolor de ovarios. Uno de esos días en los que ser mujer se siente en cada pequeño movimiento. Hasta hace un par de años solía usar un método anticonceptivo hormonal. El resultado, además de evitar el embarazo, se extendía durante todo el mes, aunque a decir verdad no podía saberlo en ese momento. Lo sé ahora, cuando logro notar lo que antes no existía en mi vida: el ciclo que atraviesa mi cuerpo día a día, los pequeños cambios, las señales de que algo está ocurriendo. Creo que durante años mi cuerpo estuvo dormido, sumergido en un cóctel artificial de hormonas. Desde que las dejé, puedo saber con exactitud que día estoy ovulando, como hoy que mi cuerpo lo ha gritado desde la mañana. Ahora, sin hormonas artificiales de por medio, mi cuerpo tiene línea directa con mi consciencia. Durante mucho tiempo el estado de insensibilidad artificial me pareció magnífico: podía tener mi vida "normal", sin altibajos, s

"No se debe confiar en el amor"

Leo esto: El amor es ciego”. Ese poético, emotivo y delicado dicho es en realidad un eufemismo para abrirnos los ojos al hecho innegable de que el amor es en realidad imbécil. No importa cuánto te hieran y te humillen, o cuántos vicios o defectos tenga tu pareja, si estás verdaderamente sumergido en ese estado hormonal y emocional conocido como “amor”, tendrás la capacidad de crear una realidad alterna en la que todo, absolutamente todo, funciona a la perfección. Una realidad alterna llamada “felicidad” . (http://errr-magazine.com/no-se-debe-confiar-en-el-amor/) ¿Cuándo fue que el amor se convirtió en el enemigo? ¿Cuándo se convirtió en frase prohibida, engendro monstruoso del que huimos espantados? ¿Nos estamos volviendo alérgicos al amor? Soy una romántica sumergida en una relación de años (las fechas no suelen ser mi fuerte, pero nos conocemos hace nueve años y estamos juntos desde entonces). Dije que soy una romántica, pero tengo mis límites. Nunca creí en esas relaciones per

Los límites de la tolerancia.

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El 7 de enero del 2015, el mundo se horrorizó con el atentado perpetrado contra el diario satírico francés Charlie Hebdo . Cuatro días después, dos millones de personas y cuarenta líderes mundiales marcharon en París y enarbolaron las banderas de la libre expresión. Hace unos días nos despertábamos con la noticia del cuerpo de un refugiado sirio de tres años hallado en una playa turca. La fotografía fue objeto de discusiones en salas de redacciones (http://goo.gl/DwTolh) y luego, le dio la vuelta al mundo. Para bien o para mal, la crudeza de la imagen puso en discusión la realidad de los refugiados en esa zona del mundo y, aunque sólo sea por los breves minutos que dura la mirada mediática, fuimos testigos de un sufrimiento inenarrable, que aún continúa. Hoy, nueve meses después del atentado contra sus oficinas, Charlie Hebdo publicó una de sus acostumbradas tapas satíricas (http://goo.gl/FZtzGR), con la noticia del niño sirio como protagonista. ("Bienvenidos migr

Una vieja historia, una tarde en el tren.

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"...que el tesoro verdadero no es el todo, sino la fracción más ínfima del todo,  que lo que pudimos averiguar del secreto es una mínima porción del secreto,  que quizá el secreto no está para ser descifrado sino apenas para ser advertido" (William Ospina) Me cuentas una historia. Algo que pasó hace muchos años. Un secreto. Y te miro con los mismos ojos de siempre, pero la mirada es otra. Me pregunto ¿cuándo se termina de conocer al otro? ¿Es eso posible siquiera? Me convenzo cada día que del otro sólo tenemos atisbos, certezas que no son más que una ilusión, una mentira. Creemos que conocemos al otro para tranquilidad de nuestra alma, pero el otro es ese misterio insondable que se desplega frente a nuestros ojos cada día. Incluso si nos negamos a ver esos matices, esos brillos, esas profundos y oscuros resquicios. Somos versiones de nosotros mismos, sedimentadas con el paso del tiempo.  Pienso en las fotos que tomé hace años mientras viaja en tren hacia al ata

El día que prohibieron los números.

En el año 1299, la ciudad de Florencia, en Italia, prohibió el uso de los números indoarábigos. Es decir, en ese momento se estaba prohibiendo el uso de los números que todos conocemos hoy en día. Estos habían sido introducidos desde el mundo árabe, por un italiano conocido como Fibonacci, famoso por otro descubrimiento matemático: la llamada serie de Fibonacci (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, 233, 377, 610, 987, 1597 y así hasta el infinito) que, al parecer, viene a ser la forma favorita de la naturaleza, pues la podemos encontrar en los pétalos de una flor, en la corteza de una piña... Pero volviendo a la historia de los números, hasta ese momento en Occidente se usaban los romanos y el conocimiento de estos estaba bastante restringido. Así que la introducción de Fibonacci de unos números creados por extranjeros, que hacían más simples algunos cálculos, causó suspicacia entre quienes usaban con soltura los viejos. Se habló de fraude, de pérdida de respeto y hasta imagin

Malas palabras

A mi mamá nunca le gustó que usara malas palabras. No era correcto que de la boca de una niña de un hogar de bien, de una periodista hecha y derecha, de una dama, saltaran sapos. Así que hice lo que cualquiera haría en estos casos: me mordía la lengua cada vez que estaba en mi casa, porque -en otros lugares- no lograba evitar que los sapos escaparan de mi boca. Recibí una educación ejemplar y esmerada en casa, que hoy agradezco, pero hay cosas que simplemente son de uno. En mi caso, esa verborragia obscena que por momentos me ataca. ¿A quién no se le escapa un buen madrazo, uno de esos catárticos, de vez en cuando? Pero este texto no es sobre esas malas palabras. Sino sobre un palabra que no era mala (o al menos nunca pensé que lo fuera) pero que se ha transformado hasta volverse casi un insulto. "¿Es usted feminista?"- pregunta un periodista a una actriz de Hollywood. Y la mujer entrevistada se revuelve en la silla, incómoda, mira seria y asegura que no, que ella no odia

Una imagen vale más que mil palabras... o no.

Hace poco un fotógrafo que conozco publicó en su muro de facebook una fotografía de un grafiti pro abortista. Como respuesta uno de sus contactos posteaba un par de frases y una imagen terrible: un bebé ensangrentado sobre una toalla azul. Y punto. Ese era su argumento. Como la imagen ésta había aparecido en mi muro, me sentí interpelada. Me pregunté si una imagen puede ser un argumento y supongo que sí... aunque creo que no siempre. Ayer escribí sobre la película que retrata a Joao Salgado, un fotógrafo brasilero. Recuerdo que cuando salí le comenté a mi marido una sensación que tenía: esas imágenes, evidentemente bidimensionales, parecían contener miles de kilómetros de profundidad avasallante. Era como si un aspecto del mundo se hubiera condensado en ese simple instante. Y creo que esto es así por varias razones. Primero, porque esas fotografías contaban una historia. El tiempo estaba detenido, pero ese mínimo momento era la huella de lo sucedido, un testimonio del presente y la pr

Es cierto, somos la sal de la tierra.

Hoy fui a ver "La sal de la tierra", un documental de Wim Wenders que retrata al fotógrafo brasilero Joao Salgado. Voy a empezar diciendo algo, fuerte y claro: vayan a verla. En serio, no se la pierdan. Salí de la sala sin palabras y, si me conocen, sabrán que eso ya es bastante complicado. Cuando logré hilar algún pensamiento, sólo pude recordar a un joven amigo cineasta que hace unos meses, en medio de una crisis existencial, se preguntaba (y me preguntaba) por el sentido que tiene hacer cine. En ese momento no supe qué responder. La pregunta me descolocó totalmente. Porque en unos casos es fácil entender para qué se hace algo: se construyen casas para resguardarnos, se cultiva para obtener alimento, se hacen puentes para viajar (aunque en todos los casos, estas no son las únicas respuestas). Pero, para qué se escriben poemas o se pintan cuadros o se hace cine. Siempre he amado el arte y algo en el fondo me decía que era importante, una intuición, el atisbo de algo trasc

Vergüenzas

Recuerdo de mi niñez. Cumplía un año. Me había comprado un hermoso vestido blanco y rojo y una torta. Me sentaron frente a esta. Mi papá me dijo "sonría, mamita" y quiso tomarme una foto. Lo miré y me largué a llorar. No puedo recordarlo, pero algo me dice que lloré de vergüenza. Supongo que siempre odié sentir vergüenza y ¿quién no? Otro recuerdo. Creo que tenía once años. Estaba en quinto de primaria. Nos habíamos cambiado de casa, de ciudad, de colegio. Supongo que había sido un poco traumático, aunque no lo recuerdo muy bien. Yo era un ángel de dios, lo juro, hasta ese día. Había una competencia en el salón. La profesora de matemática -doña Ceci- decía algo como así: dos más dos por cuatro menos tres más veinte dividido tres. El primero que daba la respuesta, ganaba. Y a mi me gustaba ganar. Y era buena. Así que ganaba siempre. Ese día era la final. Quedábamos sólo dos, un niño y yo. Cuatro más cuatro por dos más cuatro menos cinco dividido entre tres. Él lo dijo primer