Un talismán contra todo peligro.
Hoy -releyendo por enésima vez a Borges- recordé el día en que armé la maleta para venir a Buenos Aires. Eran cientos de cosas, una vida entera, la que intentaba meter en un reducido espacio, veintitrés kilogramos de límite de peso. Recuerdo haber armado, desarmado y vuelto a armar. Recuerdo haberme sentado a llorar en el momento en que se reveló la imposibilidad de poner en tan poco espacio mi vida. Pero sobre todo, recuerdo las dos últimas cosas que puse antes de cerrarla definitivamente: un libro de Borges y uno de Cortázar. Era la primera vez que salía del país, la primera vez que iba a vivir sola, en una ciudad extraña y a 7000 kilómetros de todo lo que conocía. Había escuchado suficientes historias sobre colombianos en aduanas extranjeras y necesitaba un talismán, una suerte de objeto protector...y decidí que fueran esos dos libros. Mi cabeza no dejaba de jugar con la imagen de un par de policías, todos vestidos de negro, que me pedían con seriedad abrir la maleta. Y ahí estaban