Hace unos días cargué a un bebé de dos meses. Es increíble lo rápido que pasa el tiempo y lo diferente que me sentí con respecto a mi propio hijo. A Amaru lo cargaba con miedo, tensa, sentía que pesaba una tonelada (de peso físico y emocional) y a este bebé lo acuné tranquila. Lamenté no haberle podido ofrecer esa tranquilidad a Amaru en sus primeros días. Amar para mí nunca ha sido algo "natural" o "instintivo", amar ha sido siempre un proceso, un aprendizaje o, mejor, un desaprender los miedos.
La maternidad no ha sido diferente. Cuando veía a Amaru chiquitito y frágil, sentía que debía protegerlo pero me preguntaba si lo amaba. Y, obvio, me sentía mala madre al hacerme esa pregunta.
Debo decir que las suposiciones ajenas no ayudaban: "¿cierto que es lo mejor que te pasó en la vida?", " los hijos son la mayor realización"...frases como esas me hacían sentir peor, más insegura, más monstruosa por estar dudando, más perdida. Tras diez meses, he aprendido que una mujer en el puerperio no necesita que le digan cómo "debería sentirse", sino que se interesen realmente por cómo se siente. El cambio vital, corporal y psíquico es tan enorme, que resulta absurdo, e incluso irrespetuoso, asumir que todos los procesos son iguales.
Tener quien escuchara mis locuras y mis miedos más profundos fue fundamental para encontrar mi propio lugar como madre. Y aunque los primeros días con mi hijo fueron complicados,  poco a poco logré descubrir ese vínculo invaluable que me une a él.
Así que acá va un consejo: cuando se crucen con una madre reciente, no pongan sus emociones en la boca de esa madre. Escúchenla, ofrézcanle un espacio sincero para ser y sentir sin juzgar, regálenle la certeza del tiempo que pasa, los saberes que se consolidan y las piezas que poco a poco encuentran su lugar. Finalmente, lleven siempre algo rico para comer y no olviden lavar los platos.

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