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Mostrando entradas de 2017

Ayer maté un monstruo

Cada uno seguro tiene un monstruo como el mío. Mi monstruo llevaba años creciendo, peludo, desagradable y enorme. Le gustaba sentarse al lado mío y susurrarme al oído: "eso no lo podés hacer... No, eso tampoco". Y de tanto escucharlo, con su voz grave, yo había terminado por creer sus mentiras. A veces, se complacía sentándose en mi pecho, invisible a la vista, pero el peso de su cuerpo dificultaba mi respiración. Así que ayer me disfracé de guerrera amazona, tensé un arco, afilé un cuchillo. No andaba cerca el monstruo pero yo sabía que iba a llegar, en el momento preciso, a clavarme un zarpazo por la espalda. Traicionero. Yo estaba preparada. Sentí el peso de su cuerpo acomodándose sobre mi pecho. Sentí sus palabras en mi oído. Sentí el zarpazo. Pero yo ya era otra. La lucha fue a muerte. Y como en una buena película de acción, me reventó la jeta, me amorató un ojo y al final yo era un Rocky Balboa, amasijo de sudor y sangre, perdedora asegurada hasta el último segundo en

Para Michelle

" Take a sad song and make it better " Michelle. Me gusta mucho caminar por la calle. Y me encanta hacerlo con el celular metido en la mochila, ajena a las notificaciones del facebook, a los mensajitos de whatsapp que se acumulan, lejos de las tierras virtuales que quieren comerme. Suelo ser muy distraída. Pero cuando camino por la calle, a veces, logro también apagar los pensamientos y mirar el mundo. En esos momentos, solo hace falta algo de suerte para descubrir a alguna persona que saluda a un perrito desconocido que le mueve la cola, o a alguien más que cede apurado su silla en el subte a un anciano. Esos pequeños gestos, casi invisibles, son como mensajes que recibo con alegría. Si los medios me bombardean con grandes y malas noticias, mis paseos me regalan pequeñas píldoras de bondad y generosidad, conversaciones reales, besos pasionales, sonrisas sinceras. Hoy, sin proponérmelo, me llegó uno de esos mensajes. Y fuiste tú la mensajera, una mensajera negra de Cos

Des-madre

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Desmadre:  2. m. coloq. Exceso desmesurado en palabras o acciones. ¿Es mi cuerpo? ¿Vivo en él, soy una inquilina? Eso me he preguntado las últimas semanas después de descubrir que estoy embarazada. Si: me crece un alien adentro, voy a ser madre, hay un ser humano creciendo en mi útero...por donde lo mire, y a pesar de ser muy natural el asunto, no deja de ser extraño. Raro escuchar un corazón que no te pertenece, latir a un millón por hora dentro tuyo. Raro que "mi" cuerpo demuestre su total y natural autonomía: ahora me toca dormir cuando el cuerpo llama, porque casi literalmente se me apaga el cerebro antes de la medianoche (yo, que siempre fui un búho); ahora me dio por comer ensalada de papa, huevo y mayonesa (cuando no comía mayonesa hace años). Y más raro todavía este menjurje de emociones entremezclada. Porque, obvio, no podía ser como en las películas, no podía ser una embarazada radiante y luminosa, feliz y plácida. No. Se puede sentir felicidad, tristeza, r

Adiós al tío gringo

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Todo se pone en su lugar cuando se encara una muerte. Todos los grandes problemas se encogen. Todo lo que te sacaba de quicio se vuelve un fantasma, un eco lejano. La muerte es la única certeza de nuestra existencia y, aún así, estamos tan poco preparados para su llegada. No queremos pensarla, porque nos asusta, como si así pudiéramos hacerla desaparecer. El tío John era un gringo enorme. Bien, bien gringo. Se casó con una de mis tías en Estados Unidos, adoptó a sus dos hijos. Compraron una casa enorme, de esas de película, que llenó de perros, muy a lo gringo. Y luego, por allá en los noventa, apareció en Colombia un diciembre. Se calzó un disfraz de Santa Claus que homenajeaba su panza enorme y nos llenó de regalos mientras parloteba en un spanglish difícil de seguir, pero luminoso. Así era el tío: pura luz, pura generosidad. No lo conocí lo suficiente y, a pesar de eso, el cariño que le he guardado por años es inmenso. Se me hace un nudito en el alma al pensar en su partida pero

El duelo

Duele ver con claridad.  Duele descubrir viejos patrones: siempre estuvieron ahí pero no los habías notado (o, tal vez, habías decidido ignorarlos). Duele el ejercicio de mirar hacia dentro. Duele encontrar los vacíos, las rabias contenidas, las tristezas nunca lloradas. Duele dejar ir las idealizaciones. Duele pararse firme. Duele soltar, incluso aquello que te ha hecho mal. Duele atravesar el dolor. Pero, ¿cómo no querer ver con claridad? ¿Cómo no destruir los patrones que se han vuelto inútiles? ¿Cómo ignorar los llamados que vienen de adentro? ¿Cómo no honrar lo sentido, el vacío, la rabia, la tristeza? ¿Cómo no pararse con la frente en alto?  ¿Cómo pasar este dolor si no es desgarrándote?

¿Qué hacemos con tanta tristeza?

¿Quién le dijo que yo era /  risa siempre nunca llanto?  Como si fuera la primavera / ¡no soy tanto!  (Pablo Milanés) No hay mantra, meditación, frase motivacional o razonamiento que conjure la tristeza. No hay forma de darle batalla. No hay manera de escaparle.  Leo en el diario que el cantante de Linkin Park se suicidó. Me entero por redes sociales que un reconocido profesor canadiense de budismo murió a causa de una sobredosis, padecía trastorno bipolar y, a pesar de años de meditación, el dolor fue más fuerte.  ¿Qué hacemos con tanta tristeza? En diciembre de 2012 yo tuve mi propia dosis de angustia. Tras dos años trabajando como camarera en el restaurante de un hotel en Buenos Aires, sentía que mi vida era un fracaso, todos mis planes se habían roto. Estaba enojada conmigo, con mi vida, con el mundo. Un día fui a trabajar, me peleé con una compañera y terminé llorando en el baño. No me podía calmar. Agarré mis cosas, salí (en medio de mi turno, sin permiso

Más fácil cuadrar una docena de micos* para una foto

*micos = monos Las piernas cruzadas en posición de loto, la espalda recta, los ojos cerrados, el gesto apacible, el cuerpo inamovible. No tengo ni idea cómo me veré cuando medito pero, si pudieran verme por dentro, se encontrarían con los cien micos que habitan mi cabeza, colgando de las ramas de mis pensamientos, gritando y chillando sin parar. Nada menos apacible. Nada menos idílico. No soy una experta. Pero medito todos los días. Recuerdo muy bien por qué comencé: mi cabeza hablaba sin parar y yo quería una manera de apagarla. Necesitaba encontrar el interruptor de mis pensamientos. La buena noticia: aprendí a meditar. La mala: no hay interruptor para los pensamientos. Pero no lo dudo un segundo: meditar ha sido la mejor inversión (de tiempo, porque no me costó nada, económicamente hablando) que he hecho en mi vida. Escucho a mucha gente decir lo mismo: les encantaría meditar pero no saben cómo o se creen incapaces de hacerlo. Pero realmente creo que todos pueden meditar. Re

Cómo me convertí en feminista

Tengo 12 años. Hace poco me empezaron a crecer los senos. No es mucho, pero los ando estrellando contra el mundo. Es como que un día no estaban y al siguiente, ahí están. Pero yo sigo teniendo doce, soy una niña. Un día camino hacia mi casa desde la panadería, voy pensando en cualquier cosa, menos en el mundo, cuando siento el roce: me giro rápido, el chico de unos 17 años, me hace gestos obscenos mientras yo, muerta del pánico, intento acelerar el paso. Por dentro grito, pero en realidad no digo nada, ni una sola palabra. Es la primera vez que me tocan en la calle. No será la última. Voy a cumplir 15. Mi mamá me dice que debo usar tacones y yo hago caso. Un domingo salgo de paseo con mi papá. Caminamos mil kilómetros con mis tacones. Regreso a casa y le digo a mi mamá que "nunca jamás en la vida" me voy a vestir como a ella le parezca. Cumplo mi promesa. Tengo 17. Estoy en el colegio, el lugar donde más fuera de lugar me siento. Conozco a un chico. No me gusta para nada.

Romeo debe morir (y Julieta también, por favor)

"And I'm thinking 'bout how people fall in love in mysterious ways Maybe just the touch of a hand" (Ed Sheeran - Thinking Out Loud) Me encanta contar esta historia: yo tenía 15 años y amaba a Menudo (sé lo que esta confesión le hace a mi imagen... es parte de mi pasado oscuro). Una tarde, el papá de una amiga nos llevó a las instalaciones del canal de televisión local, en donde iban a estar los susodichos. En el patio del edificio bullían las hormonas y la histeria adolescente. Todas gritábamos (sin saber muy bien por qué). De repente, en el tercer piso, se abrió una ventana y un brazo salió a saludar. Casi me desmayo, no miento. En ese brazo se reflejaba toda la pasión de la que era capaz mi cerebro adolescente. Unos años después, le conté la historia al Negro (con quien estoy casada hace siete años) y él, entre risas, me reveló que era él quien agitaba su brazo desde el tercer piso. Él era camarógrafo en ese canal de televisión. Ver tantas adolescentes enlo

Complot

Te despiden del trabajo, se rompen tus zapatos favoritos, el celular escapa de tu bolsillo al sanitario y se riega el azúcar en el piso de la cocina. Todo en la misma semana. Incluso es posible que pase todo en un solo día. La vida tiene esos momentos, esos "chistes cósmicos". Alineación de planetas en tu contra. Las desgracias vienen en racimos, dicen. Y uno no sabe bien qué pensar, cómo entender tanta molestia del destino para sincronizar malos momentos. "Ya va a pasar", le dices a tu amiga que camina con su propia nube negra. Aunque no es fácil decirle lo mismo a tu cabeza preocupada. Pero es cierto, ya va a pasar, como todo. Al parecer, las neurociencias han llegado a la conclusión, que nuestro cerebro esta evolutivamente desarrollado para apreciar y recordar, con mayor énfasis y detenimiento, las experiencias negativas. Es así como hemos sobrevivido como especie. Recordando que algo malo puede pasar cuando recorres el bosque. En todo caso, a tu tío se lo comi

El iracundo Gandhi y el mujeriego Martin Luther King

Hace tiempo, alguien que conozco empezó a meditar con un maestro, en algún templo zen de la ciudad. Al terminar su primera clase, se llevó una enorme sorpresa al cruzarse a su maestro fumando en el jardín. ¿Cómo era posible que su maestro zen fumara? ¿En qué clase de maestro lo convertía ese acto? -En un maestro humano-, respondí sin convencerlo. Quién sabe por cual extraño mecanismo de nuestro cerebro vivimos buscando referentes perfectos, midiéndonos con reglas en las que no vamos a encajar, para luego andar por ahí dándonos latigazos en la espalda por nuestra insuficiencia. El otro día leí que Gandhi tenía un malgenio insoportable, que salía a relucir constantemente con su mujer y que Marthin Luther King era un Don Juan empedernido. Pero a nosotros nos gusta mucho más la imagen de un guía hecho de pura paz y rezumando armonía por cada poro. Como si sobreponernos a nuestra propia humanidad, aunque sea por un instante, no fuera un acto de suficiente valentía. Obviamente, si esta

¿Cómo encontrar la paz mental pelando papas?

"No esperando ganar y no temiendo perder somos libres de dar y de recibir" (En defensa de la felicidad. Matthieu Ricard) "Estoy loca". Ese fue el primer pensamiento que cruzó mi cabeza cuando empecé con mis diez días de servicio en el centro de meditación vipassana. Tenía un mes de vacaciones y yo había decidido pasar un tercio de ese tiempo pelando papas, rallando zanahoria, lavando pilas interminables de platos, limpiando un baño. El diagnóstico no podría ser otro: definitivamente, estoy loca. Debo decir que fui sin saber muy bien por qué o a qué iba; atravesé el proceso como quien viaja durante diez días por una selva tupida, agreste y bella; y regresé feliz -sí, feliz y además relajada y descansada- pero sin entender muy bien qué era todo eso que había vivido. Mi cabeza, que se toma sus tiempos, ha empezado a arrojar luces sobre esta última cuestión. Hace más de un año tuve mi primer encuentro con la meditación vipassana. Durante esta experiencia, me

Que no lo ofendan mis tetas.

Se los hago corto y directo: fui al tetazo, me dí una vuelta, lo pensé, me quité la remera y el corpiño. Y sí, me quedé en tetas. Caminé así. Entrevisté así. Crucé la calle así. En medio de tetas de todos los tamaños y formas, pintadas, caídas, chiquitas (como las mías) o exuberantes. Tengo mis razones. Pero esas no las puedo explicar de forma corta. Y son tantas que lo mejor será empezar por la contra. He reunido algunas críticas al tetazo (twitter y facebook fueron mis fuentes) y voy a intentar responder esos argumentos. No intento convencer a nadie de las bondades de un tetazo. La verdad, solo quiero aclarar las ideas -intuitivas en su momento- que pusieron mis tetas al aire. 1. "Soy mujer y a mi no me representas". Me resulta curioso ese afán de muchas por aclarar que "no son representadas". Pero no recuerdo haber visto un solo cartel que dijera "representamos a todo el género femenino". De hecho, la acción de sacarme la remera y el corpiño fue pa

Para Caro

Hace una semana regresé de una nueva experiencia de meditación. Quería escribir sobre todo lo que sentí y viví en esos diez días. Pero el día después de regresar me enteré que Carolina Saracho, una chica que conocí siendo camareras en el restaurante La Cholita, había muerto a causa de las heridas que le propinó su pareja. Él hombre la roció con alcohol y le prendió fuego. Es indescriptible la rabia, el asco, la impotencia, la tristeza y el miedo. Carolina tenía 28 años y dos hijos. Desde ese día, un recuerdo me ronda la cabeza. Un recuerdo chiquito de cuando trabajábamos juntas. Un recuerdo que comparto para no quedar atrapada en el odio y la tristeza. Una noche, Carolina andaba preocupada por su figura. Tal vez una dieta nueva, tal vez un poco más de ejercicio, tal vez un poco menos acá y un poco más allá sería mejor. Se miraba con esos ojos críticos e implacables que solemos tener las mujeres para con nosotras mismas. No recuerdo cómo empezó la conversación, pero si cuando se paró