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Mostrando entradas de septiembre, 2018

NOSTALGIA

En la verdulería, la voz venezolana de una mujer joven pregunta por guayaba. "Es para hacerle un juguito a mi beba", explica, pero no obtiene más que esa cara, tan porteña, de "¿de qué me hablás, nena?". Le intento explicar que por estas tierras es una misión casi imposible hacerse a una guayaba. No hay caso. Ella sigue queriendo una guayaba y se termina llevando un par de membrillos (que creo vendrán a ser primos de la guayaba), para intentar cocinarlos y hacer el  licuado para su nena. No sé cómo saldrá ese experimento. Antes de irme, le digo que estaría bueno irse acostumbrando a lo que no hay. Se lo digo a ella pero en realidad me lo digo también a mi, después de 10 años de vivir en estas tierras, porque sé que uno nunca se acostumbra a la nostalgia. Todavía me pasa que compro una piña, ilusionada, feliz, y termino tirando esa pulpa blanquecina e insípida que no se parece a lo que recuerdo (y por la que pagué un riñón). Todavía me pasa que me compro un aguacate

Dolor de patria

Argentina me duele, tanto como me duele mi propia patria.  Hace casi 11 años llegué a este país. Llegué con una valija en la que puse encima de mi ropa, un libro de Cortázar y otro de Borges. Así de ingenua me vine, creyendo que los dos más grandes me habilitarían el pase, en caso de que algo pasara en el aeropuerto. Todavía recuerdo con emoción mis primeros paseos: era primavera, las flores caían de los árboles y tapizaban los parques. Argentina era un sueño, un espejo que re flejaba mi ansia de algo diferente a la sangre y la violencia a la que estaba acostumbrada en mi Colombia. Vine por dos años pero me fui quedando casi sin saberlo. Nunca fueron fáciles estos años: a pesar de tener mi diploma de Comunicadora y experiencia trabajando en televisión, trabajé muchos años como camarera en restaurantes. Pero estar acá lo valía. Amaba a los músicos que tocaban en la calle y que iban engarzando un tango o una chacarera a mi camino. Amaba a los que "perdían el tiempo" haciendo m