Dolor de patria

Argentina me duele, tanto como me duele mi propia patria. 
Hace casi 11 años llegué a este país. Llegué con una valija en la que puse encima de mi ropa, un libro de Cortázar y otro de Borges. Así de ingenua me vine, creyendo que los dos más grandes me habilitarían el pase, en caso de que algo pasara en el aeropuerto. Todavía recuerdo con emoción mis primeros paseos: era primavera, las flores caían de los árboles y tapizaban los parques. Argentina era un sueño, un espejo que reflejaba mi ansia de algo diferente a la sangre y la violencia a la que estaba acostumbrada en mi Colombia. Vine por dos años pero me fui quedando casi sin saberlo. Nunca fueron fáciles estos años: a pesar de tener mi diploma de Comunicadora y experiencia trabajando en televisión, trabajé muchos años como camarera en restaurantes. Pero estar acá lo valía. Amaba a los músicos que tocaban en la calle y que iban engarzando un tango o una chacarera a mi camino. Amaba a los que "perdían el tiempo" haciendo malabares en los parques en las tardes de verano. Sigo amando los cielos más azules que he visto en mi vida, con las nubes que pasan rápidas y cercanas. Sigo amando los edificios enormes y la terquedad del que jura que "el dulce de leche es argentino". La he luchado, sabiendo que al ser inmigrante nada se me daba regalado, pero lo valía por vivir en este país de alma luchadora, que no temía ir a las calles ante la más mínima provocación, ante la más mínima injusticia. Por un momento sentí que lo podía todo, que ya no tendría que "meserear" más, que podría terminar mi película y dedicarme a lo que sé hacer y me apasiona. Hoy, a punto de cumplir 11 años acá y con un hijo porteño, me pregunto cuál va a ser nuestra casa en el futuro. Meses sin poder conseguir un laburo decente y estable, meses escuchando que "todo va a mejorar" mientras los buitres se hacen un festín con nuestras tripas. Meses viendo como todo lo que soñamos se viene abajo porque somos un número, una estadística de poca importancia. Meses de ver cómo todo lo hermoso, todo lo bueno que tenía este país para ofrecer, se va cerrando porque "se acabó la fiesta". ¿Cuál fiesta? ¿La de poder ir a un museo a ver una exposición (que de otra forma jamás verías), la fiesta de que te atiendan en un hospital si lo necesitas aunque no puedas pagar, la fiesta de conseguir un trabajo que te permita vivir dignamente, que te permita comer, la fiesta de hacer lo que amas y poder vivir de eso? El futuro siempre es incierto, nunca tendremos nada comprado, pero la oscuridad que me rodea en este momento duele. Nosotros vamos a salir de esto, lo sé, porque mal que bien, tenemos algunos "privilegios" que nos dan ciertas ventajas. Pero en el camino van a quedar "los nadie" de Galeano, los invisibles, los que no tienen ni fb para quejarse. Como me duele el mundo hoy.

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