NOSTALGIA

En la verdulería, la voz venezolana de una mujer joven pregunta por guayaba. "Es para hacerle un juguito a mi beba", explica, pero no obtiene más que esa cara, tan porteña, de "¿de qué me hablás, nena?". Le intento explicar que por estas tierras es una misión casi imposible hacerse a una guayaba. No hay caso. Ella sigue queriendo una guayaba y se termina llevando un par de membrillos (que creo vendrán a ser primos de la guayaba), para intentar cocinarlos y hacer el licuado para su nena. No sé cómo saldrá ese experimento. Antes de irme, le digo que estaría bueno irse acostumbrando a lo que no hay. Se lo digo a ella pero en realidad me lo digo también a mi, después de 10 años de vivir en estas tierras, porque sé que uno nunca se acostumbra a la nostalgia. Todavía me pasa que compro una piña, ilusionada, feliz, y termino tirando esa pulpa blanquecina e insípida que no se parece a lo que recuerdo (y por la que pagué un riñón). Todavía me pasa que me compro un aguacate y no... no es el sabor que me pide la memoria. Todavía me pasa que los churros huelen a churros colombianos pero saben a churros argentinos.

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