Un talismán contra todo peligro.

Hoy -releyendo por enésima vez a Borges- recordé el día en que armé la maleta para venir a Buenos Aires. Eran cientos de cosas, una vida entera, la que intentaba meter en un reducido espacio, veintitrés kilogramos de límite de peso. Recuerdo haber armado, desarmado y vuelto a armar. Recuerdo haberme sentado a llorar en el momento en que se reveló la imposibilidad de poner en tan poco espacio mi vida. Pero sobre todo, recuerdo las dos últimas cosas que puse antes de cerrarla definitivamente: un libro de Borges y uno de Cortázar.
Era la primera vez que salía del país, la primera vez que iba a vivir sola, en una ciudad extraña y a 7000 kilómetros de todo lo que conocía. Había escuchado suficientes historias sobre colombianos en aduanas extranjeras y necesitaba un talismán, una suerte de objeto protector...y decidí que fueran esos dos libros. Mi cabeza no dejaba de jugar con la imagen de un par de policías, todos vestidos de negro, que me pedían con seriedad abrir la maleta. Y ahí estaban los libros. Sentía que, ante cualquier problemas, ante cualquier duda, eran mi tabla de salvación. Obviamente eso nunca pasó. Y ahora sonrío ante mi propia ingenuidad. Pero me gusta pensar que, a la hora de decidir en donde poner mi fe, la literatura -el arte en general- funciona como mi talismán. No deja de sorprenderme como hombres y mujeres comunes, con sus errores y malas decisiones, con sus sufrimientos, pueden llegar a vislumbrar la profundidad del ser y poner atisbos de esas visiones en cuentos, cuadros y películas. Hace poco leí el "El año del verano que nunca llegó", del colombiano William Ospina, y a cada página me hechizaba, me extasiaba y hasta puedo decir que me llenaba de esperanza, pues Ospina -como un profeta moderno- había sido capaz de admirar y plasmar un pequeño recuadro del entramado del universo. Leerlo fue como nadar en un mar profundo y calmo. Algo similar me ocurrió cuando ví "La sal de la tierra" de Wim Wenders: fue emprender un viaje, conocer lo peor y lo mejor del ser humano, la caída y la redención. Todo, en una hora y cincuenta de película.

Ahora, cuando tengo que armar maletas para algún lugar, ya no incluyo libros en papel. Hace un tiempo que tengo un ebook, que por estos días anda atestado de libros sobre budismo. Pero el arte sigue siendo mi talismán, mi refugio en las horas oscuras y, en muchos momentos, la única razón por la que entiendo nuestra permanencia en este planeta.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Más fácil cuadrar una docena de micos* para una foto

Para Michelle