El miedo a vivir con miedo.

"Piensa en un ciruelo. En cada una de las ciruelas hay un hueso. Ese hueso contiene un ciruelo y todas las generaciones precedentes de ciruelos. El hueso de ciruelo contiene un número infinito de ciruelos. Dentro de él hay una inteligencia, una sabiduría, que sabe cómo convertirse en un ciruelo 
y cómo crear ramas, hojas, flores y nuevos ciruelos. No podría hacerlo por sí solo. Solo puede hacerlo porque ha heredado la experiencia y la adaptación de generaciones de ancestros precedentes. Lo mismo sucede contigo" (Thích Nhất Hạnh).

¿Me pregunto si el hueso del ciruelo duda que podrá convertirse en árbol? ¿Si duda que la fuerza de todos los ciruelos que lo precedieron está presente en él? Sólo quien lo ha sentido puede entender lo irracional y, aún así, absolutamente convincente que puede resultar el miedo murmurando en tu oreja día tras día. El budismo dice que al miedo hay que mirarlo de frente, contemplarlo sin violencia, sin rechazo. ¡Cosa complicada! Cómo no querer correr, cómo no querer pelear, cómo no querer rendir armas. Aunque tal vez lo que más intentamos hacer sea pensarlo. En nuestro racionalismo heredado, creemos que si analizamos, diseccionamos y sopesamos nuestro miedo, vamos a encontrar el antídoto. Pero al final, sólo terminas con un montón de entrañas de miedo colgando de las paredes, organizadas en pequeños frasquitos con etiquetas de colores y un hueco enorme en alguna parte de tu ser. Así descubres que el miedo es una parte inseparable de ti. Mi miedo y yo somos hermanos siameses, compartimos órganos vitales, no hay posibilidad de separación. 

Es hora de sentarme a hablar con mi miedo.

No es nada fácil. Entro en la caverna del miedo sin armas. Lo miro desde lejos: descubro que es un dragón enorme, plateado, hermoso y tembloroso. Me acerco con cautela. Mi miedo-dragón tiembla un poco y deja salir un poco de humo por su nariz: una advertencia. Lo acaricio con suavidad, le pido perdón por tanta lucha encarnizada y le aseguro que nunca más lo voy a abandonar. A fin de cuentas, somos hermanos. Mi miedo-dragón tiembla un poco más y me chamusca un poco la mano. Supongo que esa es una buena señal. 

Mi miedo siempre tiene miedo: todo puede salir mal, todos pueden pensar que soy una idiota, nada va a salir como me lo propongo. Mi miedo sigue susurrando sus llamas en mi oreja cada día. Puedo sentir como incendia mis entrañas con sus preocupaciones. Pero ahora, de vez en cuando, me siento con él, le acaricio la cabeza y le sonrío. Luego me voy e intento hacer lo mío.

Me consuela saber que hasta Borges, el magnífico Borges, sintió miedo.


Mateo, XXV, 30 (Borges)
El primer puente de Constitución y a mis pies 
Fragor de trenes que tejían laberintos de hierro. 
Humo y silbatos escalaban la noche, 
Que de golpe fue el juicio Universal. Desde el invisible horizonte 
Y desde el centro de mi ser, una voz infinita 
Dijo estas cosas (estas cosas, no estas palabras, 
Que son mi pobre traducción temporal de una sola palabra): 
—Estrellas, pan, bibliotecas orientales y occidentales, 
Naipes, tableros de ajedrez, galerías, claraboyas y sótanos, 
Un cuerpo humano para andar por la tierra, 
Uñas que crecen en la noche, en la muerte, 
Sombra que olvida, atareados espejos que multiplican, 
Declives de la música, la más dócil de las formas del tiempo, 
Fronteras del Brasil y del Uruguay, caballos y mañanas, 
Una pesa de bronce y un ejemplar de la Saga de Grettir, 
Álgebra y fuego, la carga de Junín en tu sangre, 
Días más populosos que Balzac, el olor de la madreselva, 
Amor y víspera de amor y recuerdos intolerables, 
El sueño como un tesoro enterrado, el dadivoso azar 
Y la memoria, que el hombre no mira sin vértigo, 
Todo eso te fue dado, y también 
El antiguo alimento de los héroes: 
La falsía, la derrota, la humillación. 
En vano te hemos prodigado el océano, 
En vano el sol, que vieron los maravillados ojos de Whitman; 
Has gastado los años y te han gastado, 
Y todavía no has escrito el poema.



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