Para Caro
Hace una semana regresé de una nueva experiencia de meditación. Quería escribir sobre todo lo que sentí y viví en esos diez días. Pero el día después de regresar me enteré que Carolina Saracho, una chica que conocí siendo camareras en el restaurante La Cholita, había muerto a causa de las heridas que le propinó su pareja. Él hombre la roció con alcohol y le prendió fuego. Es indescriptible la rabia, el asco, la impotencia, la tristeza y el miedo. Carolina tenía 28 años y dos hijos.
Desde ese día, un recuerdo me ronda la cabeza. Un recuerdo chiquito de cuando trabajábamos juntas. Un recuerdo que comparto para no quedar atrapada en el odio y la tristeza.
Una noche, Carolina andaba preocupada por su figura. Tal vez una dieta nueva, tal vez un poco más de ejercicio, tal vez un poco menos acá y un poco más allá sería mejor. Se miraba con esos ojos críticos e implacables que solemos tener las mujeres para con nosotras mismas. No recuerdo cómo empezó la conversación, pero si cuando se paró frente a mi y me preguntó muy seria: "¿te parece que estoy gorda?" Yo la miré de pies a cabeza. Ella era hermosa. Con sus caderas redondeadas, el cabello negrísimo y liso, la piel color caramelo y la sonrisa siempre perfecta. Pero yo era muy torpe para decirle todo esto de la mejor manera: "no estás gorda" -respondí- "vos sos una mujer de formas redondeadas". Fue lo mejor que me salió y fue un desastre. Carolina me miró ofendida, pensó que me burlaba y se fue, masticando un poco de rabia hacia mi y otro poco hacia su propio cuerpo. Como me hubiera gustado decirle ese día que ella era bella, bellísima. Que su cuerpo era perfecto y merecía amor, amor del bueno.
Siempre voy a recordar a Carolina, la voy a recordar como la recuerdan todos sus amigos: como la morocha sonriente, la negra simpática. Y siempre voy a recordar, a recordarme, a recordarles a todas, que no importan las formas infinitas y cambiantes de nuestros cuerpos: somos bellas, somos valiosas, nos merecemos quien nos cuide y nos quiera. Nos merecemos amor... amor del bueno.
Un abrazo mi Caro del universo.
Desde ese día, un recuerdo me ronda la cabeza. Un recuerdo chiquito de cuando trabajábamos juntas. Un recuerdo que comparto para no quedar atrapada en el odio y la tristeza.
Una noche, Carolina andaba preocupada por su figura. Tal vez una dieta nueva, tal vez un poco más de ejercicio, tal vez un poco menos acá y un poco más allá sería mejor. Se miraba con esos ojos críticos e implacables que solemos tener las mujeres para con nosotras mismas. No recuerdo cómo empezó la conversación, pero si cuando se paró frente a mi y me preguntó muy seria: "¿te parece que estoy gorda?" Yo la miré de pies a cabeza. Ella era hermosa. Con sus caderas redondeadas, el cabello negrísimo y liso, la piel color caramelo y la sonrisa siempre perfecta. Pero yo era muy torpe para decirle todo esto de la mejor manera: "no estás gorda" -respondí- "vos sos una mujer de formas redondeadas". Fue lo mejor que me salió y fue un desastre. Carolina me miró ofendida, pensó que me burlaba y se fue, masticando un poco de rabia hacia mi y otro poco hacia su propio cuerpo. Como me hubiera gustado decirle ese día que ella era bella, bellísima. Que su cuerpo era perfecto y merecía amor, amor del bueno.
Siempre voy a recordar a Carolina, la voy a recordar como la recuerdan todos sus amigos: como la morocha sonriente, la negra simpática. Y siempre voy a recordar, a recordarme, a recordarles a todas, que no importan las formas infinitas y cambiantes de nuestros cuerpos: somos bellas, somos valiosas, nos merecemos quien nos cuide y nos quiera. Nos merecemos amor... amor del bueno.
Un abrazo mi Caro del universo.
Comentarios
Publicar un comentario