Contar historias

Todo empieza con una imagen: una niña y su madre acostadas en la cama. La madre quiere hacer una siesta después del almuerzo. Está agotada. Se levantó temprano para preparar la comida, sirvió el desayuno a su esposo, limpió, lavó ropa y mantuvo todo el tiempo un ojo puesto en la niña. La escuchó arrastrar las tapas de las ollas contra el suelo, supo cuando estaba jugando con el papel higiénico, corrió detrás de ella y la llenó de picos. Así que ahora quiere descansar un poco, pero no puede. La nena se mueve para un lado y para otro, pide una historia. Y la mujer no se puede negar, así que inventa una. Es la historia de una niña como la suya, hay un bosque, un pájaro, una persecución épica, un final feliz.

-Ahora cuénteme usted una historia- le dice la mujer a la niña, ambas sonríen y la niña piensa. La niña inventa un mundo enrevesado con las pocas palabras que tiene, una historia sin pies ni cabeza, pero a fin de cuentas, una historia.

La mujer es mi madre. Fue ella la que me metió el bichito de contar historias. Lo recordé el otro día, mientras editaba mi primera película. Si no fuera por mi mamá yo no sabría contar cuentos.

A veces uno no sabe de dónde salen sus obsesiones, pero a veces logra recordarlo. Yo tengo una mamá que me contaba historias.

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