No ser una amiga de viernes en la noche.

"Each of us, each of you, is in certain respects
like all other people, like some other people
and like no other person"
(Brian Little)

Me gusta la soledad, funciono terriblemente mal en ambientes ruidosos y llenos de desconocidos (evito, por ejemplo, las fiestas enormes en donde mi sociabilidad termina por limitarse al gato de la casa) y disfruto los espacios con poco estímulo externo (la naturaleza, mi casa -sin música, sin televisor, con un buen libro-). El otro día pensaba que no soy una amiga de viernes en la noche, sino más bien la compañía de un miércoles o un jueves en la tarde. 

Siempre fui introvertida, pero no siempre me gustó serlo. En algún momento de mi vida, entre la infancia y la adolescencia, algunos hechos me indicaron que la gente feliz era más sociable, más abierta, más divertida de lo que yo solía ser. Recuerdo el asombro y la envidia que me generaba ver a mis compañeras de colegio durante la secundaria: los cumpleaños, por ejemplo, eran un evento salvaje que incluía quitarle los zapatos a la homenajeada, hacer "montonera" sobre su pobre cuerpo y llenarle el pelo de gaseosa. Era asqueroso y, a juzgar por los gritos y las sonrisas, absolutamente divertido. Yo, obviamente, no era una de ellas. Yo estaba sentada con algunas amigas, lejos, observando el espectáculo. Confieso que las criticaba pero, a la vez, sentía fascinación por ese "ritual" exuberante y sin sentido. Creo que jamás me hubiera podido sumar y nunca lo hice. 

Durante los últimos meses en el colegio, recuerdo sentir que siempre había vivido "al margen". Yo quería ser más feliz, sentir esa felicidad incontrolable y salvaje que veía en mis compañeras. Pasé años intentando ser así. Y no es que haya perdido el tiempo en esos años, pero sí desarrollé cierta incomodidad interna. Tardé un tiempo más en descubrir de dónde venía esa incomodidad. En realidad siempre había vivido "al margen" pero no porque no hiciera lo que hacían las otras, si no porque jamás me comprometí, ni acepté realmente, todo lo que yo era, todo lo que sigo siendo: jamás me miré al espejo y me encontré interesante, jamás acepté que mi idea de felicidad puede ser menos "salvaje y extrovertida". Vivía al margen pero de mi misma. Un ejemplo de esto es lo que, para mí, podría ser un fin de semana perfecto: amo quedarme en mi casa un viernes o un sábado, leyendo, alejada del mundanal ruido. Puedo cocinar para mi sola, tomarme una copa de vino, vagar por la casa en pijama, consentir a mis gatos, ver una película. Estar sola nunca ha significado sentirme sola. Es en esos momentos en los que logro recargarme. Pero, por alguna razón, durante mucho tiempo hacer esto, pasar así un fin de semana, me parecía un poco loser. Así que lo disfrutaba, pero no del todo. Sentía que me hacía falta algo (¿emoción? ¿más compañía? ¿más planes locos?) y al final, lo único que me hacía falta era comprometerme con la idea de que "ese" es "mi" fin de semana perfecto. Punto.

Tal vez, al final, lo que siempre envidié de mis compañeras no eran esas celebraciones salvajes, sino ese "poder ser" sin vergüenza y sin tapujos. Tal vez si me viera a mi misma, a esa adolescente que se sentaba en el patio de recreo, temerosa de ser ella misma, temerosa de ser introvertida y un poco solitaria, temerosa de no poder ser feliz siendo como es, le diría que no ser como las otras chicas está bien y que puede sentirse segura y feliz siendo simplemente ella. 

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