(Paréntesis 1) "Cuando muera nada llevará consigo"

Los cementerios ejercen una cierta fascinación, como la muerte misma, tal vez porque los creamos como formas de persistir al tiempo y al olvido, sin lograrlo.
En mi último viaje pude visitar el cementerio judío de Moises Ville, con tumbas que datan de finales del siglo XIX, pertenecientes a los primeros colonos que cruzaron el mar, y luego la pampa en tren, para llegar a Santa Fe. La mayoría de las lápidas tiene una pequeña fotografía en un costado: desde ahí, hombres y mujeres relatan su paso por el mundo, sus tristezas y alegrías perdidas para siempre. La costumbre judía dicta que al visitar una tumba se deja una piedra sobre ella, un pequeñísimo símbolo de nuestra visita. De la misma forma, el cementerio no es más que una gran piedra dejada sobre la faz de la tierra para decir que estuvimos aquí, satisfaciendo nuestra esperanza de eternidad.

En la naturaleza siguiendo su camino, en el silencio del lugar, en el cartel de la entrada que sentenciaba "Cuando muera nada llevará consigo", encontré una inmensa paz, la certeza de que no importa que tan grandes luzcan nuestros problemas, que tan difíciles y crueles puedan llegar a ser nuestras vidas, el ciclo natural se impone siempre. Podría parecer un pensamiento triste, pero no lo fue en ese momento. La certidumbre de nuestro paso breve por el mundo me permitió agradecer el simple hecho de estar acá, la posibilidad de poner una pequeñísima piedra en este camino.











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