Siete mujeres en mi cabeza.

Estoy leyendo un libro que afirma que tengo siete mujeres viviendo en mi cabeza. Siete. Quisiera decir que me pareció pura psico-palabrería barata, pero las evidencias me demuestran lo contrario. Las he escuchado en mi cabeza desde hace años, tan diversas, tan contradictorias, que la idea de siete mujeres habitando mi cerebro me resultaba ya cercana. Así que leí sobre estas siete inquilinas y ni siquiera pestañeé. Por fin alguien le daba una explicación al barullo mental que suelo soportar ante ciertas situaciones.
Me senté y empecé a enumerarlas.
Una y dos: me ofrecen un trabajo de oficina, fijo, a término indefinido. Una parte de mi sintió que se acababan todos mis problemas, ¿quién no va a querer un futuro de ingresos asegurados, no? Es la oportunidad de tu vida, me dice. Pero la otra, no lo quiere. Esa vocecita que durante años ha rechazado la monotonía y que elige la incertidumbre del "freelance" a las cadenas de un empleo fijo entre cuatro paredes. Empiezo a dudar. ¿debería aceptar el trabajo o no? ¿Y si estoy perdiendo la gran oportunidad de mi vida? ¿Y si acepto y me aburro? Y así, la noche entera. Van dos y suelen enfrentarse.
Tres y cuatro. Por un lado, una vieja conocida: la mujer racional, calculadora, organizada, de mirada científica, que suele tener el volante de mi vida bastante seguido. Esta cree que todo, todo, se resuelve entre un libro y mi cabeza, por lo que suele tenerme masticando por horas la misma idea, hasta el hartazgo. Pero a veces irrumpe la otra, un poco loca, poseedora del pensamiento "mágico" necesario para sentarse a armar con esmero una carta astral o tirar las monedas del I Ching. No sé cómo hacen estas dos para convivir juntas en el pequeño espacio de mi cabeza.
Cinco y seis. Un tanto libertina, esta me dio problemas en mis años universitarios. Supongo que se condice con el estereotipo social de la puta, pero no es más que ese costado sensual que busca el placer inmediato, para que después la otra, la pequeña puritana habitante de mi cabeza, sintiera culpa. Si es por gustos, esta última no es de mis preferidas.
Siete. A esta la sufro sobremanera. Es la madre y actúa como una verdadera terrorista de mis planes a futuro, sembrando ideas de maternidad cuando, en serio, aún no me siento lista para esos menesteres. Ella se muere por serlo y me hace dudar.
Ahí están mis siete mujeres. Tirando para un lado y otro, convirtiendo mi cerebro en su campo de batalla, disputándose el control de mi vida. Cualquier pequeña decisión, por simple que parezca, pasa por este comité central.
Puedo imaginar la sonrisa de algunos hombres, la mirada sobradora en este instante al leer confirmadas sus más profundas sospechas: ajá, ya lo sabían ellos desde siempre, somos unas locas histéricas y ahora esquizofrénicas, poco confiables, con tantas mujeres habitando nuestro mundo íntimo.
Pero no. Acá viene -a mi parecer- lo interesante del asunto: saber que dentro de cada una de nosotras habita no una, sino un sinfín de otras féminas, es saber que podemos acceder a múltiples perspectivas en nuestras vidas. No tenemos que contentarnos con una sola mirada, sino que tenemos la asombrosa capacidad de ponernos en otros zapatos, considerar las opciones desde ángulos diversos, incluso contradictorios. Nos han dicho durante años que esta ruptura interna que percibíamos nos hacía "anormales", que las contradicciones que encontrábamos en nuestra propia cabeza nos impedían pensar con claridad, sin darnos cuenta que nuestra propia fuerza habita ahí. Sí, somos cambiantes, inconstantes, volubles y cíclicas, pero eso no es necesariamente algo malo. El conocimiento -que desde siempre ha construido la base de su validez en la repetición y la constancia- nos ha excluido de sus fronteras, creando categorías estancas en las que el movimiento del mundo, sus cambios y sus ciclos desaparecen. Nos quedamos con las reglas, aunque no sepamos muy bien qué hacer con las excepciones que se multiplican sin parar. Nos han dicho que algo ha de estar mal en cabezas que pueden pensar desde la contradicción. Y lo hemos creído. De ahí frases como "está en sus días". ¿Qué días? ¿Los días en que soy diferente a ti y no me puedes encasillar en tus categorías? ¿Esos días? ¿Los días en que puedo escuchar las contradicciones del mundo susurradas en mi oído?

Ahora, cuando tomo decisiones, no intento acallar a mis siete mujeres. Sigo intentando conocerlas y escucharlas a todas. No me aferró con tanta fuerza a esa mujer racional que me permitió navegar sin muchos problemas en esta sociedad, hecha a la medida de otros hombres racionales. Escucho también a esa mujer que no habla a través de razones sino de intuiciones. Le pido paciencia a la madre. Sostengo a la que siempre tiene miedo. Miro sin reproches a mi Afrodita seductora y la dejo jugar un poco en mi vida. No las juzgo y al hacerlo, no me juzgo por sentir o pensar cosas que a veces me resultan ajenas y extrañas. Las siento a todas a la mesa, les explico que está bien que hablen, que quiero saber su opinión siempre -descubrí que, en cualquier caso me harán saber su opinión, a través de rabias sin sentido, tristezas sin razones aparente, depresiones que no puedo explicar, así que mejor darles el derecho a decir lo suyo- y les aclaro que seré yo, en últimas, la que decida lo que es mejor para mí. Creo que mis siete mujeres están un poco más contentas, un poco más calmas. Ya no me roban el volante de mi vida y me enriquecen con su perspectiva. Y yo, que siempre sentí que era una mujer desagarrada y fragmentada, descubro que soy más bien un cristal con múltiples facetas.

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