Las cenizas se las lleva el viento


Hay historias que por una razón u otra hacen nido en tu cabeza y se niegan a irse. Eso es lo que me pasó con la historia del bisabuelo.

Mi bisabuelo se llamaba Juan Clímaco Vélez. Tenía 46 años cuando murió, por allá en la década del cuarenta en Medellín. Tuve curiosidad por saber sobre su vida desde que mi papá me contó que el bisabuelo había sido periodista. Yo soy periodista, en una familia en la que quienes lograron estudiar se convirtieron en abogados o contadores, así que era inevitable sentir que algo me unía a ese bisabuelo desconocido. Incluso recuerdo una vez -habrán pasado más de diez años- cuando mi abuela, una de las híjas de Juan Clímaco, me miró y me dijo: “mira dónde vino a brotar la vena”. Así resultaba que yo, al tomar una decisión libre, había terminado sellando un destino que, al parecer, fluía en mi sangre. Fue esa sensación de predestinación la que me unió con fuerza a la historia del bisabuelo Clímaco. Pero también la curiosidad. Mi papá me había contado una historia trágica y absurda: el bisabuelo había muerto joven (”aquejado por una sinusistis aguda”, escribió mi papá a máquina en una papelito amarillo que me envió por internet) y sus hijos, para evitarle más dolor a su madre, habían quemado todas sus pertenencias. Resulta que el bisabuelo, además de periodista, era poeta. Así que imagino esa pira fúnebre en donde se desvanecieron sus versos, sus palabras de amor, el secreto de sus musas.
Me debía un viaje a Medellín para buscar rastros del bisabuelo y lo hice. Encontré un puñado de poemas publicados en revistas, un cuento que ganó un concurso, una aburrida historia de la ciudad, una foto de dos de sus hijos y un retrato hermoso del bisabuelo joven, con su firma parcial en una esquina (y un “algo” que me hace pensar en mi papá). Deseaba poder hablar con uno de sus hijos, el tio Hugo. Quería preguntarle por qué habían quemado todo, qué locura o qué dolor tan grande los había llevado a semejante acto. Pero el tio Hugo murió hace un año y con él mi posible respuesta. La única persona que quiso hablar conmigo -una mujer que ni siquiera lleva el apellido del bisabuelo- me contó que el tio Hugo también escribía... y todo lo quemaba.
Así que sólo me quedan unas pocas palabras, esa mirada fija que atraviesa el tiempo y las ganas de que alguien me contara una historia que se ha perdido ya en el tiempo.



Este hombre de nariz grande y cabello indómito (ese detalle llegó hasta mis genes) es Juan Clímaco Vélez. Nació un sábado, 19 de febrero de 1898. Su registro de bautizo menciona a sus padres -Clímaco y Justiniana- y sólo a sus abuelas maternas -Rosario Vélez y María del Carmen Carmona- lo que me lleva a pensar que sus padres eran hijos naturales (hijos de madres solteras), hecho nada ventajoso en pleno siglo XIX.
Juan Clímaco se casó a los 22 años con Carmen Emilia, en la iglesia de la Veracruz, y tuvo, por lo menos, nueve hijos: Blanca, Elena, Yolanda, Noemí, Hugo, Darìo, Carmen Emilia, Flor (mi abuela) y Carmen Estela.












PS: Gracias a mi papá, John Jairo, -por la recopilación de información-, a Elenita -por las fotografías- y a Gladys -por recibirme con tanta amabilidad en su casa-.




Comentarios

  1. Gracias a ti, Magda, por la dedicación. Tu texto lo asumo como parte del legado de mi Abuelo Juán Clímaco.

    ResponderEliminar
  2. precioso todo esto. parte de tu historia, parte de un pasado que se conjuga con tu presente. parte de tu vida.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Más fácil cuadrar una docena de micos* para una foto

Para Michelle