Si puedo elegir, viajo por tierra.




Hace unos días, mientras entrevistaba a una chica de 21 años, descubrí que tengo un "qué habría sucedido si..." colgando en mi vida. Cuando decidí venir a Buenos Aires, mi primer impulso era hacer el viaje por tierra. Podía sentir el gustito de la aventura, la energía de la incertidumbre, el placer de estar sola en un lugar extraño. No lo hice. Pensé en mis padres, en los peligros de la carretera, en la muerte esperando en un lugar desconocido, en un asalto en el que perdía todo mi dinero y que me obligaba a la indigencia. Así que, de manera muy sensata, me tomé un avión y seis horas después aterricé en el sur del continente. De eso hace ocho años y resulta increíble que mi cabeza aún hoy se siga preguntando "qué habría sucedido si...". Es una sensación incómoda. Hasta confieso que, mientras entrevistaba a la chica esa que ya se había recorrido medio globo, sentí envidia. La envidia tiene mala fama. Es de esas cosas que, se supone, uno no debería andar sintiendo por ahí y si lo sientes, pues te lo callas. Ni qué decir de sentir envidia de una casi adolescente. Yo, una adulta hecha y derecha, a mis casi treinta y dos. Pero decidí escuchar a mi envidia, decía algo como: "más te vale hacerle caso a tu impulso la próxima, sin poner excusas, porque si no, prometo no dejarte en paz nunca, nunca". Nota mental: no olvidar el mensaje.

La otra parte de este texto pretende generar envidia en quien lo lea. Envidia de la buena. Son las fotos de mi último viaje a Misiones, en donde recorrí las ruinas de una reducción jesuítica en San Ignacio. Ojalá las vean y piensen en ese viaje que siempre han querido hacer y aún no han hecho. Ojalá agarren el calendario y marquen una fecha. Ojalá pronto agarren la mochila.










                                      



























PS. Las dos fotos finales dan cuenta de un proceso que me encantaría presenciar. Cuando hay alguna pared a punto de venirse abajo, los encargados del lugar la desarman -como un rompecabezas- no sin antes marcar todas las piedras. Luego, si es necesario, reemplazan algunas piezas por otras de idéntica forma y peso, y vuelven a armar todo. Como estas ruinas son patrimonio de la humanidad protegido por la UNESCO, se les exige que al menos el 50% de los elementos correspondan a los originales, por lo que esta labor debe ser bien planificada. 
En definitiva, es la metáfora perfecta del enfrentamiento del hombre con la naturaleza. 


Comentarios

  1. Hola Magda!
    Me da mucho gusto leer este pedazo de envidia que compartes.
    Al leerte recorde cuando yo decidi viajar por tierra a Buenos Aires, y recorde que nunca me cuestione nada a la hora de hacerlo, lo hice sin pensar. Tal vez tiene que ver con el momento y la situación en la que estas a la hora de arrancar. Pero como tu dices, hay que seguir este impulso! Es una experiencia maravillosa, llena de hallazgos.
    Ahora bien, leyendote pensaba que hay muchos otros impulsos que jamas seguiria y que seguramente tu u otras personas lo harian sin pensar. Entonces me doy cuenta que aveces seguir el impulso es algo natural y otras veces no, hasta el punto de que jamas lo seguiriamos...Lo bueno de todo esto es que finalmente pasa el tiempo y cambiamos de situaciones y de repente se nos da la oportunidad de replantear si seguriamos o no nuevos y viejos impulsos...Los que te leamos en esta reflexión, no olvidaremos el mensaje!
    Que grato encontrarte despues de tanto tiempo en estas lineas.

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  2. Diana. Hermosas tus palabras. Creo que lo que más me gusta de poder escribir estas cosas es la posibilidad del intercambio, pues miradas creadas desde otras experiencias de vida siempre son enriquecedoras.
    Así que mil gracias por pasar por aquí y tomarte el tiempo. Ojalá nuestros caminos se vuelvan a cruzar algún día. Un abrazo.

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