Vergüenzas

Recuerdo de mi niñez. Cumplía un año. Me había comprado un hermoso vestido blanco y rojo y una torta. Me sentaron frente a esta. Mi papá me dijo "sonría, mamita" y quiso tomarme una foto. Lo miré y me largué a llorar.
No puedo recordarlo, pero algo me dice que lloré de vergüenza. Supongo que siempre odié sentir vergüenza y ¿quién no?
Otro recuerdo. Creo que tenía once años. Estaba en quinto de primaria. Nos habíamos cambiado de casa, de ciudad, de colegio. Supongo que había sido un poco traumático, aunque no lo recuerdo muy bien. Yo era un ángel de dios, lo juro, hasta ese día. Había una competencia en el salón. La profesora de matemática -doña Ceci- decía algo como así: dos más dos por cuatro menos tres más veinte dividido tres. El primero que daba la respuesta, ganaba. Y a mi me gustaba ganar. Y era buena. Así que ganaba siempre. Ese día era la final. Quedábamos sólo dos, un niño y yo. Cuatro más cuatro por dos más cuatro menos cinco dividido entre tres. Él lo dijo primero. Y desató al demonio. Los otros niños gritaron enardecidos, celebraban. Yo no pude pensar. Sólo caminé, atravesando el salón en diagonal, empujando todo lo que se cruzaba en mi camino, todo. Llegué a mi puesto y me puse a llorar.
Ahí estaba la vergüenza otra vez. Esta vez, entremezclada con el influjo hormonal preadolescentes y con ese carácter explosivo que me caracterizaría años después. Era un fósforo, lava volcánica, espuma de cerveza derramándose por el cristal frío. Imparable. Ahora no lo soy... bueno, no tanto.
¿Qué se hace con la vergüenza? Yo he decidido dinamitarla. No hay caso andar por la vida con vergüenza. A veces voy al supermercado y mientras elijo una caja de tés, suena algún disco que me gusta. Entonces bailo, ahí, en el pasillo. Otras veces estoy en calle, camino con el Negro y el hace alguna payasada. Y me toca reírme, a carcajadas enormes, ruidosas, de esas que hacen que los otros te miren. Ahora estoy aprendiendo a bailar tango. Y había días en que me quería morir, no soy más que un tronco con aspiraciones. Así que me fui a la milonga y bailé. Quién lo diría, sobreviví. Que le hacemos. No se puede andar por la vida con vergüenza.

Comentarios

  1. Interesante, muy interesante: la peor compañía para el viaje de la vida, la verguenza. Felicidades, Magda, te aprovecha la continuidad.

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