"No se debe confiar en el amor"

Leo esto: El amor es ciego”. Ese poético, emotivo y delicado dicho es en realidad un eufemismo para abrirnos los ojos al hecho innegable de que el amor es en realidad imbécil. No importa cuánto te hieran y te humillen, o cuántos vicios o defectos tenga tu pareja, si estás verdaderamente sumergido en ese estado hormonal y emocional conocido como “amor”, tendrás la capacidad de crear una realidad alterna en la que todo, absolutamente todo, funciona a la perfección. Una realidad alterna llamada “felicidad”. (http://errr-magazine.com/no-se-debe-confiar-en-el-amor/)


¿Cuándo fue que el amor se convirtió en el enemigo? ¿Cuándo se convirtió en frase prohibida, engendro monstruoso del que huimos espantados? ¿Nos estamos volviendo alérgicos al amor?


Soy una romántica sumergida en una relación de años (las fechas no suelen ser mi fuerte, pero nos conocemos hace nueve años y estamos juntos desde entonces). Dije que soy una romántica, pero tengo mis límites. Nunca creí en esas relaciones perfectas que duraban para siempre, ni mucho menos en que el amor se cerraba con broche de oro en el matrimonio. Aún así, me casé (por esas contradicciones que uno descubre en su interior). Pero después de eso vino la parte en la que de verdad intentamos dilucidar qué significaba amarnos. Lo que he vivido estos nueve años, mi experiencia en el terreno del amor, me permite creer en que este existe, pero se aleja bastante de esa mirada simplista, empalagosa y rosa que nos venden por ahí.


Para empezar (y esto es importante), creo que el amor no se mendiga, no se exige, no se obliga, no se busca. No sé por qué, pero cuando veo a alguien en alguna de estas actitudes, lo que más parece alejarse es el amor. Reconozco que no es fácil mantener la calma cuando uno se siente solo. Pero es como mendigar para que te den un millón de dólares: con suerte recibirás algunas moneditas. Así que mientras tanto, toca sentarse por ahí y contentarse con uno mismo, labor nada simple, pero necesaria.


Cuando se tiene suerte -y es suerte, en serio, cuando uno siente algo por alguien y es correspondido, y las circunstancias se tornan favorables- empieza lo complicado. Las mariposas en el estómago son maravillosas, las charlas sin fin, los primeros besos, sexos. Esa es la parte de las hormonas haciendo lo suyo en el cerebro, la naturaleza jugando su juego. Pero la embriaguez pasa y empieza el trabajo. Porque es cierto, uno no ve claro esos primeros tiempos. Uno cree haber encontrado la pieza que encaja perfecto en su rompecabezas mental. Pero cuando las hormonas se disipan, las proyecciones empiezan a desvanecerse. Uno se da cuenta que tal vez esa persona que duerme al lado de uno no era justamente como uno pensaba. Y uno puede salir corriendo o quedarse a explorar ese país desconocido. Como Colón creyendo que llegaba a las Indias, los primeros tiempos uno sólo ve lo que elige ver o lo que puede. Pero después es posible convertirse en cartógrafo de esos territorios desconocidos, para encontrar un golfo donde se creyó haber visto una península, un oasis en lo que parecía un desierto infinito.


Y acá va, una primera acotación importante. El trabajo no es de uno solo y nunca, nunca -repito, nunca- se trata de "soportar" o "aguantar". Odio esas palabras. Creer que se ama cuando se soporta o se aguanta es volver a mendigar. Que quede claro, el amor no se mendiga.


Creo que es justamente cuando nos aferramos a un ideal de perfección que naufraga el amor. No hay nada más alejado, irreal, inorgánico, que un amor perfecto. No se puede amar de verdad con el "felices para siempre" en la cabeza, porque se da por hecho el trabajo y se olvida hacerlo cada día. Es tan tonto como si comiéramos el almuerzo de hoy pensando que vamos a estar "satisfechos para siempre". Uno está bien hoy y lo disfruta, se siente bien estar así. Pero nada garantiza el mañana. Así que uno se levanta al otro día y se pone a trabajar de nuevo. Trabajo, en mi relación, significa no dar por sentado que -ya que estamos casados- las cosas por si solas van a estar bien o que el otro nos va a seguir queriendo así como si nada. A veces uno tiene muchas ganas de hacer el trabajo, otras no tanto. Y entonces, más que un amor perfecto, estático, uno tiene temporadas, como las series de televisión: capítulos buenos, capítulos malos, capítulos de transición.


Va una segunda acotación. Yo creo en la honestidad como un componente importante, pero no como un valor absoluto. En general, no creo en los valores absolutos: no se puede andar por el mundo siendo totalmente libre, totalmente honesto, totalmente nada, porque vas a ir por ahí avasallando a los otros. El otro día lo decía, a propósito de otro tema: enarbolar nuestras banderas como estandartes inamovibles e inviolables puede, en algunos casos, hacernos olvidar del otro, de sus necesidades, de su vulnerabilidad. A ver si me explico: sí, hay que ser honesto, decir lo que uno piensa y, sobre todo, lo que uno siente. Pero, a veces, ser implacablemente honestos entraña más un ejercicio de ego, un "ombliguismo" exacerbado que nos hace olvidar que podemos dañar al otro, un acto de cobardía.


Yo confío en el amor. En serio. No creo que Los Beatles estuvieran equivocados cuando cantaban "All you need is love". Y no creo que sea un tema menor: siglos y siglos de producción artística lo demuestran. Pero, para mí, el asunto importante es definir cómo es ese amor en el que quiero creer y que intento construir en mi propia vida. No es un amor que baje lunas y estrellas. Es más terrenal el asunto. En mi cabeza, se parece más a tener una huerta: la riegas todos los días, remueves la tierra, sacas la maleza, abonas, a veces te enfrentas a plagas. A mi, se me achilan las plantas de vez en cuando (soy pésima jardinera), pero la posibilidad latente de que mi huerta se convierta en un pequeño desierto, no me hace desconfiar de la existencia de los grandes bosques y selvas.
De la misma manera, las rupturas, los divorcios y las infidelidades no me hacen desconfiar del amor, sino de qué entendemos como amor, de las imágenes que nos han regalado durante años las novelas, las películas. Esas construcciones almibaradas, atemporales, ese "felices para siempre", ese engendro que nos obliga a aguantar todo. Eso no es amor.



En un mundo que yo siento cada vez más individualista, más egoísta, creer en el amor -en mi cabeza soñadora- es un acto de rebeldía. Pero no voy a creer en el amor que me han vendido durante años. Me tomaría el trabajo de inventarme mi propia definición, si alguien más no lo hubiera hecho ya con mejores palabras:
amor.
(Del lat. amor, -ōris).
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.

Este es el amor en el que quiero creer.


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Más fácil cuadrar una docena de micos* para una foto

Para Michelle