Es cierto, somos la sal de la tierra.

Hoy fui a ver "La sal de la tierra", un documental de Wim Wenders que retrata al fotógrafo brasilero Joao Salgado. Voy a empezar diciendo algo, fuerte y claro: vayan a verla. En serio, no se la pierdan.
Salí de la sala sin palabras y, si me conocen, sabrán que eso ya es bastante complicado.
Cuando logré hilar algún pensamiento, sólo pude recordar a un joven amigo cineasta que hace unos meses, en medio de una crisis existencial, se preguntaba (y me preguntaba) por el sentido que tiene hacer cine. En ese momento no supe qué responder. La pregunta me descolocó totalmente. Porque en unos casos es fácil entender para qué se hace algo: se construyen casas para resguardarnos, se cultiva para obtener alimento, se hacen puentes para viajar (aunque en todos los casos, estas no son las únicas respuestas). Pero, para qué se escriben poemas o se pintan cuadros o se hace cine.
Siempre he amado el arte y algo en el fondo me decía que era importante, una intuición, el atisbo de algo trascendental, pero indefinible, sucediendo.
Pero al ver la película de Wenders estuve segura del por qué. Sé que Wenders y Salgado saben la respuesta. Y si ven la película, la sabrán también. O mejor aún, tal vez no la sepan -porque las cosas importantes, las realmente importantes, no pasan justamente por la cabeza- pero seguro la van a sentir, van a sentir esa respuesta en las entrañas (o usando una palabra que escuché recientemente, en el chuyma que es ese todo que incluye pulmón, corazón e hígado, porque es ahí por donde sí pasan las cosas importantes).
Evidentemente, me estoy saltando siglos de disertación filosófica, de historia del arte. Seguramente, también, voy a ser demasiado obvia. Pero es que le película lo fue para mí.
"La sal de la tierra" me estrujó el alma, la arrugó -como un papelito que queremos echar a la basura- y luego la estiró nuevamente. Pero las arrugas ya no se van más y eso es lo importante, eso es lo que hace el arte. El arte te muestra atisbos del alma humana, te lleva al abismo, al mismísimo infierno, y luego -si tienes paciencia y esperas- te saca a flote de nuevo, te devuelve la esperanza. Ya no una esperanza pura e inocente, como la que podías tener antes de lo que viste, pero si tangible.
Ese es el viaje de Salgado que Wenders retrata en la película, el camino que lo llevó a las profundidades más abyectas del alma humana. A partir de ese punto, para Salgado -y también para nosotros, espectadores enfrentados a la misma tragedia- sólo quedaba la posibilidad de la iluminación o la muerte. Y la película nos salva, nos redime de nuestra ínfima condición humana y nos da algo -no sé si llamarlo sentido o, mejor aún, un atisbo de divinidad- que nos permitirá salir de la sala mudos, pero tranquilos.

Comentarios

  1. La sal de la tierra, vaya. "Vosotros sois la sal de la tierra" (Biblia, Mateo, 5:13) . Una pizca de sal espolvoreada sobre la tierra invadida por hierba o maleza ofensiva, la destruye, limpia el terreno, lo hace apto para cultivo posterior. Interesante la metáfora. Magda, tus textos abren caminos.

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    1. No olvides que demasiada sal puede convertir tierra fértil, en un desierto. Creo que esa dualidad inscrita en la metáfora, está presente en la película también. ¡Gracias por leer!

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  2. Oiga, qué paz esa película, una delicia, me hizo pasar por todas las intensidades.. vaya eso sí es arte

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    1. La amé, en serio y con ganas. Y, como tú, pasé por todos los estados. Concuerdo, eso es arte. Gracias por leerme.

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