Los límites de la tolerancia.


El 7 de enero del 2015, el mundo se horrorizó con el atentado perpetrado contra el diario satírico francés Charlie Hebdo. Cuatro días después, dos millones de personas y cuarenta líderes mundiales marcharon en París y enarbolaron las banderas de la libre expresión.
Hace unos días nos despertábamos con la noticia del cuerpo de un refugiado sirio de tres años hallado en una playa turca. La fotografía fue objeto de discusiones en salas de redacciones (http://goo.gl/DwTolh) y luego, le dio la vuelta al mundo. Para bien o para mal, la crudeza de la imagen puso en discusión la realidad de los refugiados en esa zona del mundo y, aunque sólo sea por los breves minutos que dura la mirada mediática, fuimos testigos de un sufrimiento inenarrable, que aún continúa.
Hoy, nueve meses después del atentado contra sus oficinas, Charlie Hebdo publicó una de sus acostumbradas tapas satíricas (http://goo.gl/FZtzGR), con la noticia del niño sirio como protagonista.


("Bienvenidos migrantes. Tan cerca a la meta...Promoción, dos menú infantiles por el precio de uno)

La veo y me pregunto si algunos de esos derechos universales que defendemos no deberían tener algún límite, si esos derechos que se enarbolaron hace unos meses durante la marcha que reunió a dos millones de personas comunes y cuarenta líderes mundiales -tan comunes como estos, pero con más prensa- no deberían ser sopesados cada vez que los enarbolamos como banderas a prueba de críticas. La imagen de ese niño sirio ya estaba cargada de suficiente crudeza. Lo que no se veía en esa imagen -el paraíso al que ese niño quiso llegar, la vida que sus padres soñaron para él-, eso que no estaba presente, se remarcaba con fuerza en su ausencia. 
La tapa de Charlie Hebdo me resulta ofensiva precisamente por su obviedad, por su intento chabacano de poner en imagen lo que ya estaba ahí en potencia, lo que cualquiera con dos dedos de frente y un poco de humanidad podía encontrar con sólo mirar un instante ese momento congelado y terrible. 
Y entonces pienso que nuestro derecho universal a la libertad de expresión sí tiene un límite, y ese límite debería estar dado por nuestra propia humanidad. Nuestra humanidad está definida por nuestra capacidad para pensar en el otro, para ponernos en su lugar. Somos animales, instintivos, hacemos valer siempre nuestro derecho ante todo, pero a veces también tenemos la opción de elegir por encima de ese instinto, de reconocer las necesidades del otro y priorizar esas necesidades. Así nos reconocemos en el otro y así nos hacemos humanos. Es eso lo que nos permite, a veces, en los casos en los que es realmente difícil, poner un límite a nuestros propios derechos -un límite que elegimos conscientemente- porque sentimos empatía por el otro, porque sabemos que nosotros podríamos ser ese otro.
No puedo sentir más que asco por este acto onanista de Charlie Hebdo
En su defensa acérrima de su libertad de expresión, siento que pierden cada día su humanidad.  

Comentarios

  1. Te leo, no por nuestro parentesco, ni por nuestros afectos, te leo porque hay amplitud pero también profundidad en tus textos. Posiblemente no construyas un mundo mejor, pero algunos, pocos, muchos, no importa, pensarán.

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