Hoy no estoy, deje su mensaje.

Empiezo con una pequeña confidencia: hoy me levanté con un molesto dolor de ovarios. Uno de esos días en los que ser mujer se siente en cada pequeño movimiento.
Hasta hace un par de años solía usar un método anticonceptivo hormonal. El resultado, además de evitar el embarazo, se extendía durante todo el mes, aunque a decir verdad no podía saberlo en ese momento. Lo sé ahora, cuando logro notar lo que antes no existía en mi vida: el ciclo que atraviesa mi cuerpo día a día, los pequeños cambios, las señales de que algo está ocurriendo. Creo que durante años mi cuerpo estuvo dormido, sumergido en un cóctel artificial de hormonas. Desde que las dejé, puedo saber con exactitud que día estoy ovulando, como hoy que mi cuerpo lo ha gritado desde la mañana. Ahora, sin hormonas artificiales de por medio, mi cuerpo tiene línea directa con mi consciencia.

Durante mucho tiempo el estado de insensibilidad artificial me pareció magnífico: podía tener mi vida "normal", sin altibajos, sin dolor, sin cambios notables. Mi cuerpo no estaba autorizado a salirse de un estándar determinado, estaba hecho para servirme y nunca pensé que sus necesidades fueran las mías... maravillas del pensamiento contemporáneo, yo me sentía un ser ajeno a mi propia materialidad. Y digamos que todo andaba bien así, en apariencia, hasta el día que me descubrieron un quiste enorme alojado en el útero. Fue en un examen de rutina. Yo no había sentido nada anormal nunca y la idea de que algo había crecido dentro de mí, hasta medir ocho centímetros de diámetro, sin que yo me percatara, me hizo pensar que tal vez ese adormecimiento permanente no estaba tan bueno después de todo. Así que dejé las hormonas y me propuse escuchar a mi cuerpo, sentirlo. Días como hoy es fácil hacerlo. 

Mes a mes vivo a marejadas. Pero en contra de lo que pregonan por ahí, no me siento más loca o incapacitada para tomar una decisión por "estar en mis días". Parte de mi trabajo ha sido entender que lo que siento es mi normalidad como mujer, que sentirme igual todos los días no es mi naturaleza, que mis rutinas diarias deben estar atravesadas por mi cuerpo, que no soy un organismo cibernético que pueda dar el 100% siempre: hay días en que estoy hinchada y pesada, días en que floto ligera en el aire, días de amor y pajaritos de colores, días de nubarrones grises sobre mi cabeza. Y está bien. No, no soy una loca gobernada por sus hormonas, incapaz de tomar una decisión por el influjo de la progesterona. Lo que soy es una mujer con derecho a ir un poco más lento si mi cuerpo lo pide, o a acelerar el paso cuando la energía disponible me estalla en cada poro. Lo que soy es una mujer capaz de tener múltiples perspectivas.

Hace poco aprendí una nueva palabra que me ayuda a pensarme como mujer: falogocentrismo. Esa tendencia a construir conocimiento desde la masculinidad. Este saber se basa en la regularidad, en la repetición y por eso tendemos a suprimir cualquier manifestación "diferente" de nuestro cuerpo, queremos estar siempre bien, siempre iguales. Desde esa mirada, las mujeres nos hemos convencido de que nuestros cuerpos deben ser controlados y estandarizados, encauzados en una lógica que no nos pertenece.  Pero el conocimiento natural que circula por nosotras es cambiante y se resiste a la uniformidad. Tal vez eso que nos hace diferentes de un día a otro es justamente lo que pueda enriquecer nuestra visión del mundo. Tal vez si todos los días somos diferentes, es porque podemos acceder a miradas diversas. Tal vez nuestro acercamiento al conocimiento sea justamente la posibilidad de construir nociones móviles, más cercanas a nuestro propio devenir cambiante.




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